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miércoles, 9 de mayo de 2018

Matutina de Damas: Mayo 9, 2018

¿Dónde está mi bendición, Señor?


“El Señor te muestre su favor y te conceda la paz” (Núm. 6:25, 26).


Al abrir la puerta para salir del baño de damas de nuestra iglesia, mi personalidad generalmente no combativa quería golpear el vientre de la mujer embarazada que entraba. Recientemente, mi madre me había dado el libro The Wedden Un-mother [Casada pero no madre]. Esa era yo. Hacía ya seis años que gozaba de un matrimonio tranquilo, con un esposo amante… pero sin hijos. Ahora estaba llena de ira, porque mi sueño de ser una “mami” no se estaba dando. ¿Por qué ella? ¿Por qué no yo? ¿Por qué ella está embarazada y yo no?

Mi cuñada tuvo a su tercera bendición con el comentario: “Pensamos que no podríamos tener más, pero el Señor nos bendijo”

“¿Dónde está mi bendición, Señor? Mi hermana tuvo a su segundo hijo; ‘Un accidente’, dijo. Señor: no hace falta que sea una ‘bendición’. Puede ser simplemente un ‘accidente'”.

Pero nunca llegó ese “accidente”. En lugar de eso, recibimos dos bendiciones milagrosas. Hoy miro a mi hijo y a mi hija adultos, y recuerdo los milagros abundantes y generosos de Dios. El credo de la adopción dice: “No eres sangre de mi sangre ni carne de mi carne, pero aun así milagrosamente eres mío. Que jamás se te olvide, ni por un minuto, que no naciste debajo de mi corazón, sino en él”. Teníamos todas las características de la familia perfecta, que viviría feliz para siempre.

¡Alabado sea Dios! Ahora vivimos felices gracias a un Dios que nunca falla. Los años estuvieron repletos de desafíos en el preescolar; visitas desagradables a los directores; escuelas de modificación de conducta; fríos recibimientos al visitar el internado; mal uso de una educación universitaria pagada por completo; noches en vela, orando por el joven “allá afuera”. ¿Vivir felices? Dios nos dio estas  hermosas personas al momento de sus nacimientos. Él nos aceptó como sus compañeros para criar a dos de sus hijos preciosos. A veces, el viaje fue intenso. Su gracia siempre fue suficiente. A través de las lágrimas y el gozo abundante, el amor infinito de Dios siempre estuvo presente.

Dios no respondió a mi ira de la manera en que pedí, ni respondió a mi oración por hijos fáciles. Toda la gloria pertenece a él, por las frecuentes llamadas telefónicas, visitas sorpresa y visitas programadas, y los muchos momentos cálidos que ahora compartimos con nuestros hijos adultos.

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