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lunes, 7 de mayo de 2018

Matutina de Damas : Mayo 7, 2018

Una entrega especial


“Alaben al Señor porque él es bueno, «o y su gran amor perdura para siempre!” (1 Crón. 16:34),


Soy enfermera y, durante mi semana laboral, atiendo pacientes de toda edad, diagnóstico, creencia y etnia. Los viernes, cuando visito a una paciente en particular a quien llamaré Tamika, siempre me asombra su generosidad. Sale en su motocicleta, con su tanque de oxígeno, a buscar pan del día
anterior para dárselo a los necesitados. Aunque ella recibe ayuda económica del gobierno para comprar comida, insiste en darme algo cada vez que la voy a visitar. Si le traigo té de menta, por ejemplo, ella trata de darme café. Pero también me llama la atención cómo alaba a Dios.
Un día, tuve la fuerte impresión de que debía llenar una bolsa con los alimentos que ella más necesitaba. Puse huevos, fiambre de pavo, papas, y varias cosas más que yo sabía que llegaría a necesitar. Agregué otra bolsa con cosas que alguna vez había mencionado que quería. Entonces, descubrí un problema. ¿Cómo podría entregar las bolsas sin que ella supiera que provenían de mí?


Decidimos que mi hijo, su amigo y mi hija conducirían hasta la casa de Tamika y dejarían las bolsas en su puerta. Miré desde el auto, mientras mis “cómplices” entregaban las bolsas, y escuché a Tamika exclamar: “iOh, esto es justo lo que necesitaba! iEs exactamente lo que pedí en oración!”
Cuando le conté a mi esposo nuestra travesura, quiso formar parte de la emoción. Como sabía que Tamika necesitaba un pase para colectivos por sus visitas frecuentes al médico y al hospital, fue hasta el centro de la ciudad y le obtuvo un pase. La siguiente vez que fui a la casa de Tamika, mientras ella me contaba de un ejemplo reciente de la bondad de Dios, puse el pase dentro de su Biblia. Me contó que había necesitado cuatro pesos para un medicamento, pero no tenía absolutamente nada de dinero. Mientras oraba pidiendo ayuda a Dios, la interrumpió la visita de una vecina.
“Tengo cinco pesos que quiero darte”, le dijo la vecina.
Tamika solo pudo alabar al Señor.


Cuando vi a Tamika el siguiente viernes, apenas podía esperar para contarme sobre las bolsas que le habían dejado en la puerta y el pase que había encontrado en su Biblia. Ahora podría asistir a la iglesia. Solo tendría que levantarse temprano y tomar cuatro colectivos diferentes, para llegar al servicio. Escucharla alabar al Señor me convenció de que mi plan había sido de Dios.


Me encanta servir a Dios como un ángel terrenal, y ansío conocer a mi propio ángel guardián en la gloriosa mansión celestial.

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