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lunes, 10 de abril de 2017

Matutina de Adultos : Abril 10, 2017

Aprender a desconfiar de Uno mismo


«Así que cualquiera que se humille como este niño, ese es cl mayor en cl reino dc los cielos».
Mateo 18: 4


EL SALVADOR no menospreciaba la educación; porque el intelecto es una bendición cuando está regido por el amor de Dios y consagrado a su servicio. Pero pasó por alto a los sabios de su tiempo, porque tenían tanta confianza en sí mismos, que no podían mostrar compasión a la humanidad doliente y hacerse colaboradores con el Hombre de Nazaret Lo primero que deben aprender todos los que quieran trabajar con Dios, es la lección de desconfianza en sí mismos; entonces estarán preparados para que se les imparta el carácter de Cristo. Este no se obtiene por la educación en las altas casas de estudio. Es fruto de la sabiduría que se obtiene únicamente del Maestro divino.

Jesús eligió a pescadores sin letras porque no habían sido educados en las tradiciones y costumbres erróneas de su tiempo. Eran hombres de capacidad innata, humildes y susceptibles de ser enseñados; hombres a quienes él podía educar para su obra. En las profesiones comunes de la vida, hay muchos que cumplen sus trabajos diarios, inconscientes de que poseen destrezas que, si fuesen puestas en acción, los pondrían a la altura de los más estimados del mundo. Se necesita el toque de una mano hábil para despertar estas facultades dormidas. A personas así llamó Jesús para que fuesen sus colaboradores; y les dio las ventajas de su compañía. Nunca tuvieron los grandes del mundo un maestro semejante. Cuando los discípulos terminaron su período de preparación con el Salvador, no eran ya ignorantes y sin cultura; habían llegado a ser como él en mente y carácter, y todos se dieron cuenta de que habían estado con Jesús.

La obra más elevada de la educación no es comunicar meramente conocimientos, sino impartir aquella energía revitalizante que se recibe por el contacto de la mente con la mente y del alma con el alma. Solo la vida puede producir vida. ¡Qué privilegio fue el de aquellos que, durante tres años, estuvieron en contacto diario con aquella vida divina de la cual había fluido todo impulso vivificador que bendijera al mundo! Más que todos sus compañeros, Juan, el discípulo amado, cedió al poder de esa vida maravillosa. Dice: «La vida fue manifestada y la hemos visto, y testificamos y os anunciam0s la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos manifestó» (1 Juan 1:2).— El Deseado de todas las gentes, cap. 25, p. 221.

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