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viernes, 2 de septiembre de 2016

Matutina de Adultos: Septiembre 2, 2016

“SÍ QUE SE PUEDE APRENDER ALGO DE UN NIÑO DE DOCE AÑOS”


«Entonces él les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”». Lucas 2: 49



TENGO EN MI BIBLIOTECA un libro del erudito en Nuevo Testamento Conrad Gempf titulado Jesus Asked [Jesús preguntó]. ¿Sabías que de los 67 episodios del Evangelio de Marcos en los que
hay algo de conversación, en 50 Jesús formula una pregunta? Hasta cuando otras personas le hacían una pregunta, él contestaba con otra suya. «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar vida eterna?» (Mar. 10: 17, NVI). Jesús responde: «¿Por qué me llamas bueno?» (vers. 18). O esta otra: «¿Está permitido pagar impuestos al césar o no?» (Mar. 12: 14, NVI). La respuesta de Jesús: «¿De quién son la esta imagen y esta inscripción?». Jesús era muy aficionado a las preguntas.

Y eso puede explicar cómo un muchacho de doce años, pensativo y curioso, pudo captar la atención embelesada de las mentes más brillantes y los teólogos más reverenciados de Jerusalén. Hacía preguntas. Te acuerdas de la historia, ¿verdad? Jesús viajó con José y María desde Nazaret a la santa ciudad para celebrar su bar mitzvá. Pero en su viaje de regreso con las multitudes que volvían de la Pascua, sus padres no llegaron a percatarse de que no estaba con ellos. Aquella noche el descuido que habían tenido quedó claro. Volviendo a Jerusalén a toda prisa al día siguiente, José y María pasaron un día más buscando frenéticamente a su hijo «perdido». ¿Y dónde lo encontraron? «Lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas» (Luc. 2: 46, NVI).

El Deseado de todas las gentes describe esas preguntas: «Jesús se presentó como quien tiene sed del conocimiento de Dios. Sus preguntas sugerían verdades profundas que habían quedado oscurecidas desde hacía mucho tiempo, y que, sin embargo, eran vitales para la salvación de las almas» (cap. 8, p. 61). Con alivio reprensor, María se puso aprisa junto a su Niño. «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia» (vers. 48). Con sus doce años, Jesús miró fijamente el rostro amante pero reprensor de su madre, y cuando pronunció las primeras palabras impresas en rojo del Evangelio de Lucas, claro está, es una pregunta. En realidad, dos. Preguntó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?» (vers. 49). María había exclamado: «Tu padre y yo», y el chaval contestó: «No, mi Padre y yo». Porque, ¿no es esa la relación que define a uno?

«En los negocios de mi Padre me es necesario estar». Después de todo, ¿no fueron escogidos los elegidos precisamente por eso, para sumarse a su Padre en el negocio apasionado y la misión solitaria de este de buscar y salvar al resto de sus hijos perdidos? ¿No es hora de que también nosotros nos ocupemos de los negocios de nuestro Padre?

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