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martes, 9 de agosto de 2016

Matutina de Menores: Agosto 9, 2016

CUANDO JESÚS ERA NIÑO


Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. Lucas 2:40.



Jesús crecía de la misma manera en que lo hace cualquier niño. Comenzó a gatear, a deambular como un bebé más grande, a jugar con la viruta en la carpintería de su papá; luego, comenzó a aprender a
usar las herramientas.

Jesús tenía una gran personalidad, y era entretenido estar con él. Siempre estaba dispuesto a ayudar a otros. ¡Era tan totalmente desinteresado que sus padres nunca lo oyeron hacer una rabieta! Su paciencia hizo que fuera encantador. No era terco ni pretendía que las cosas se hicieran a su manera; sin embargo, siempre se mantuvo firme por los principios. Fue honesto en las cosas que dijo e hizo.

María estaba profundamente interesada en su crecimiento. “Con deleite trataba de estimular esa mentalidad inteligente y receptiva. Mediante el Espíritu Santo recibió sabiduría para cooperar con los agentes celestiales en el desarrollo de este niño que no tenía otro padre que Dios” (El Deseado de todas las gentes, p. 49).

María fue la primera maestra humana que tuvo Jesús.

No fue a las escuelas de los rabinos, como los otros niños lo hacían, porque estas escuelas se habían vuelto restrictivas. Los jovencitos debían memorizar un montón de material inútil allí. Cuanto más estudiaban, tanto más se alejaban de la Palabra de Dios.

Así que, Jesús se quedó en casa y estudió con su mamá. Era una buena maestra, y le mostró cosas de los rollos de los profetas que valían la pena. Ahora tenía que aprender, como todos los estudiantes lo hacen, ¡aquellas mismas palabras que él mismo había hablado alguna vez a Moisés!

Pero, fuera de los antiguos escritos de los profetas, también aprendió de la naturaleza; estudió tanto la vida animal como la de las plantas. La semilla que se convertía lentamente en un tallo, los pájaros en el aire, las señales de las nubes, que hablaban sobre los cambios climáticos; todo lo que veía alrededor le enseñaba lecciones espirituales, que lo ayudarían en su diario vivir.

“Todo niño puede aprender como Jesús. Mientras tratemos de familiarizarnos con nuestro Padre celestial mediante su Palabra, los ángeles se nos acercarán, nuestro intelecto se fortalecerá, nuestro carácter se elevará y refinará. Llegaremos a ser más semejantes a nuestro Salvador. Y mientras contemplemos la hermosura y grandiosidad de la naturaleza, nuestros afectos se elevarán a Dios” (ibíd, p. 51).

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