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lunes, 1 de agosto de 2016

Matutina de la Mujer: Agosto 2, 2016

AMOR ETERNO


“Yo te he amado con amor eterno; por eso te sigo tratando con bondad” (Jer. 31:3).



UN MATRIMONIO de ancianos estaban acostados en su cama, el uno a bastante distancia del otro. Incómoda con aquella situación, ella le dijo a él: “Antes solíamos dormir tomados de la mano”.
Segundos después, la mano arrugada de él se extendía por la cama hasta tomar la de ella. Pero ella no estaba aún satisfecha: “Antes solías acostarte bien pegadito a mí”. Tras un gran esfuerzo y unos pequeños quejidos, él se acurrucó al lado de ella. “Antes, cuando estábamos así acurrucados, solías mordisquearme la oreja”, añadió ella. Él se levantó de la cama. “¿¡Adonde vas!?”, preguntó la esposa. “A buscar mi dentadura”, dijo él.*

El amor tiene etapas. La primera, ¡qué dulce es!

Sea flechazo o fruto de la amistad, cómo nos llena ese primer amor. Ir conociendo a nuestro hombre, despertar a un deseo intenso de ser mejores por él…, sentimos elegidas, amadas, especiales, en la privacidad del tú a tú. ¡Qué motivación interna tan poderosa!

La segunda etapa es más pública. Comenzamos a hablar de ese amor a todo el mundo, no podemos callarlo. Mostramos nuestro amor, beneficiamos a los demás con nuestro amor…, irradiamos felicidad; nos comprometemos. Y después, el tiempo pasa. Y con el tiempo, corremos el riesgo de que se enfríe el amor, se pierda la pasión, nos deje de atraer el ser amado, nos acomodemos y ya no demos el mismo valor a esa relación que es la más significativa. ¿Es la muerte del amor? No debe serlo; no si se mantiene con perseverancia, “regando la plantita”, como suele decirse. Entonces da paso a una experiencia aún más profunda.

Por suerte, el amor de Dios tiene únicamente una etapa: el amor eterno. Dios nos sigue tratando con la bondad propia del amor desde el primer día hasta el último. Pero las dificultades de la vida, los achaques que nos produce el paso del tiempo y los afanes más inmediatos nos hacen a veces irnos distanciando casi imperceptiblemente de él. Perdemos ciertas costumbres. Por eso Dios nos pide: “Levántate hoy y sigue invirtiendo en mí. No dejes que caiga en el olvido aquel primer amor. Valora esta relación como la máxima prioridad en tu vida. No te caigas de mí. Riega la plantita, que yo nunca dejaré de nutrir sus raíces”.

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