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miércoles, 12 de agosto de 2015

Matutina de Adultos: Agosto 12, 2015

“Elí, Elí, ¿lama sabactani?”


“Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’ (Que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ ” (Mateo 27:46).



El plan trazado por la Deidad para salvar a la humanidad es denominado “misterio” en el Nuevo Testamento y se hace referencia a él de diferentes modos: “El misterio del reino” (Mar. 4:11); “el misterio de la piedad” (1 Tim. 3:16); “el misterio de la fe” (1 Tim. 3:9); “el misterio de Dios y Cristo” (Col. 2:2); “el misterio del evangelio” (Efe. 6:19); “el misterio de su voluntad” (Efe. 1:9). En efecto, el misterio de la salvación tiene implicaciones que pueden resultar difíciles de comprender sin ejercer la fe: la encarnación del Hijo de Dios, su anonadación siendo Dios; las nociones de sustitución, propiciación, expiación, muerte y abandono del Padre; todo ello es un misterio insondable pero, como dice Pablo, ese misterio ha sido revelado (Efe. 1:9). En los dramáticos actos de la Pasión de Cristo, lo sobrenatural está íntimamente unido al más crudo naturalismo de los sufrimientos, la angustia agónica y finalmente la muerte real soportada por el Hijo del Hombre. Nos sorprende el clamor de Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” ¡Desgarrador! ¿Tenía el amado Salvador que pasar solo aquel trance de dolor y muerte? ¿No había dicho Cristo a los judíos: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17)? ¿Dónde estaba el Padre mientras Jesús agonizaba en la cruz?

“Sobre Cristo como sustituto y garante nuestro fue puesta la iniquidad de todos nosotros. […] Pero en estos momentos, sintiendo el terrible peso de la culpabilidad que lleva, no puede ver el rostro reconciliador del Padre. Al sentir el Salvador que de él se retraía el semblante divino en esta hora de suprema angustia, atravesó su corazón un pesar que nunca podrá comprender plenamente el hombre. […] Como fúnebre mortaja, una oscuridad completa rodeó la cruz. […] En esa densa oscuridad, se ocultaba la presencia de Dios. […] Dios y sus santos ángeles estaban al lado de la cruz. El Padre estaba con su Hijo. Sin embargo, su presencia no se reveló. […] En aquella hora terrible, Cristo no fue consolado por la presencia del Padre” (El Deseado de todas las gentes, pp. 701, 702).

Cuando reflexionamos sobre los sufrimientos y la muerte de Cristo en el Calvario, el realismo estremecedor de esas escenas nos hace pensar que solo pudo tener lugar por un amor infinito hacia la humanidad, por ti y por mí.

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