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domingo, 17 de mayo de 2015

Matutina de la Mujer: Mayo 17, 2015

Un obrero aprobado


«Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad». (2 Timoteo 2: 15)



Mientras trabajaba de profesor en nuestro Seminario de Valencia, me encargué de la Iglesia de Castellón (España). Una mañana, con el deseo de mantener buenas relaciones públicas con los representantes de otras confesiones, quise visitar al obispo de Castellón para presentarme como el nuevo pastor de la comunidad adventista de la ciudad. El obispo no estaba en el palacio episcopal porque la sede de este obispado no es Castellón, la capital de la provincia, sino Segorbe, una población mucho más pequeña del interior. En Castellón me recibió el vicario del obispo, un sacerdote mayor, “chapado a la antigua” de los de sotana, solideo y tonsura.

El contraste entre nosotros, en aquel despacho de la vicaria, era grande: yo era un joven de treinta años, sin gran experiencia en el oficio; no vestía ropa de clérigo ni alzacuellos, sino un traje de calle; era pastor de una pequeña comunidad que se reunía en una vivienda alquilada, llevaba una Biblia en mi portafolios y no hablaba latín; el vicario tenía unos sesenta y cinco años, llevaba más de cuarenta en el sacerdocio, era canónigo capitular de la catedral y el vicario de una diócesis con miles de miembros y cientos de iglesias; vestía una sotana negra, larga hasta los tobillos; encima de su mesa había un breviario y hablaba latín, la lengua litúrgica de los católicos. Pero algo nos unía, ambos éramos representantes de una vocación religiosa, de un ministerio al que servíamos con amor y consagración. La verdad es que simpatizamos bastante y así entramos en el dominio de las vivencias personales. En un determinado momento de nuestra charla, el viejo sacerdote me confesó: «Yo, cada día, beso mi sotana».

Me quedé callado un momento y reflexioné sobre lo que acababa de escuchar. ¡Qué testimonio! Aquel servidor de Dios amaba, respetaba y se sentía feliz de su vocación religiosa. Para él, ser sacerdote y llevar la vestidura talar y la tonsura en su cabeza, no era objeto de vergüenza, sino un honroso privilegio por el que estaba agradecido a Dios, por eso besaba cada día su sotana. Pablo aconseja a su discípulo Timoteo: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad» (2 Timoteo 2: 15). Cuando me despedí del Vicario, le dije emocionado: «Seguiremos unidos en la vocación y en la oración».

Ruega hoy a Dios que te ayude a ser un buen servidor de su causa.

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