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martes, 17 de marzo de 2015

Matutina de Jóvenes: Marzo 17, 2015

Justificados solamente por la fe


Siendo justificados… por medio de la fe en su sangre. Romanos 3:24, 25.



Todos sabemos cuán importante es la confianza para desempeñarnos con seguridad en la vida. Si un equilibrista, que pretende caminar por una cuerda a grandes alturas, intenta realizar su proeza teniendo debajo de sí solamente el vacío y finalmente el suelo duro, corre un riesgo grandísimo: caer y perder la vida en el intento de dar espectáculo. Pero, si los organizadores del evento colocan debajo de él una red protectora para retenerlo en caso de que caiga, su confianza y su seguridad serán totalmente distintas, y podrá realizar su acrobacia sin temor. Él sabe que debajo hay una malla que lo recibirá y lo protegerá de una muerte casi segura.

Del mismo modo, el cristiano es invitado por Dios a una vida de bondad, justicia, santidad y perfeccionamiento moral; una vida de excelencia. Pero, una cosa es intentar vivir estos ideales cristianos creyendo que si falla Dios lo abandona, lo rechaza y está perdido; y otra muy distinta es saber que, aun cuando falle en sus intentos por vivir de acuerdo con la voluntad moral de Dios, aun cuando caiga en algún pecado o tenga que luchar con defectos de carácter, en todo momento están disponibles la gracia de Dios y la sangre de Cristo para ampararlo y recibirlo. Así lo expresa el apóstol Juan: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).

La sangre de Cristo está siendo permanentemente ofrecida, “cubriendo” tus faltas, errores y aun pecados. Fíjate que nuestro texto de reflexión para hoy habla de la justificación como un presente continuo: “siendo justificados”. Es algo permanente, no solo un hecho del pasado. Estás permanentemente siendo justificado por Dios, así como cuando eras niño no dejabas de ser hijo de tu padre terrenal cada vez que desobedecías, o te portabas mal o te enojabas con él. Seguías siendo su hijo a pesar de todo. Así es con tu Padre celestial. Lo que Dios espera de ti es que simplemente confíes en que su gracia está siempre ahí, para cubrirte y sostenerte.

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