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martes, 10 de marzo de 2015

Matutina de Jóvenes: Marzo 10, 2015

Una ayuda divina para la conciencia


La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma… Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos… Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Salmo 19:7, 8, 11, 12.



Los seres humanos tenemos algunos mecanismos de defensa psicológicos que usamos inconsciente e involuntariamente para escapar del dolor que nos producen ciertas vivencias. Estos mecanismos, aplicados al tema de la culpa, sirven para minimizar su gravedad o evadirnos de ella, porque no podemos soportar su aguijón.

La conciencia no es una guía infalible ni segura. Por eso, es necesaria una ayuda que venga desde afuera, para que nos muestre en dónde estamos fallando. Esa ayuda viene de Dios, quien obra en nuestra conciencia mediante su Espíritu y mediante el testimonio objetivo de su Ley.

En los versículos de reflexión para hoy, David nos habla de la belleza moral de la Ley de Dios, o los “mandamientos” o “preceptos” de Dios.

La confesión, cuando es iluminada por la Ley de Dios, nos permite detectar en forma específica en qué estamos fallando. Una cosa es decir de manera ambigua: “Te pido perdón por mis pecados”, y otra es saber exactamente de qué debemos arrepentimos y qué conductas erróneas hay que dejar. La confesión pone todas las cartas sobre la mesa, para que podamos identificar específicamente esos aspectos de nuestra vida moral que deben ser cambiados. Otorga claridad a la vida espiritual y moral.

La confesión, pues, debe ser específica: a Dios, por los pecados que han herido su corazón y nos han puesto en falta de armonía con su carácter de amor y su voluntad perfecta y buena; y, si has dañado a alguien de alguna manera, también es importante que te acerques a esa persona para arreglar las cuentas.

Solo hay paz interior cuando las cuentas están saldadas con Dios y con el prójimo. Busca hoy a quienes hayas herido o dañado, confiésales tus faltas y ofrece repararlas; e independientemente de la reacción de tales personas, ten la seguridad de que tu Padre celestial te comprende, te perdona, te acepta y te restaura a la armonía con él.

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