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martes, 17 de febrero de 2015

Matutina de la Mujer: Febrero 17, 2015

Una prenda del amor de Dios


Y vino una voz de los cielos que decía: “Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia’’. Marcos 1:11



Quienes tenemos hijos adolescentes sabemos que debemos tener mucho cuidado con el tema de la autoestima, pues los chicos están construyendo la suya y, a veces, parecen muy vulnerables. “La autoestima proviene de sentir que uno es aceptado, que es capaz; proviene de saber que nuestras contribuciones son valiosas y valen la pena” (Jane Nelsen).

Nuestro Padre celestial es el mejor modelo de paternidad, pues desde el Edén tomó la iniciativa de buscar a sus hijos rebeldes, Adán y Eva, a fin de restablecer una relación amorosa con ellos. Dios nos ha amado a tal grado que dio a su propio Hijo unigénito para salvarnos de la muerte eterna, y así volvamos a vivir juntos en la armonía del cielo. Pero mien­tras estamos aquí, como hijos rebeldes que somos, eternos adolescentes, debemos aprender de Jesucristo, nuestro hermano mayor.

Hay una gran lección de amor en torno al bautismo de Jesús, que deberíamos apreciar. Juan se conmovió cuando vio a Jesús postrarse para pedir con lágrimas la aprobación del Padre. Entonces, escuchó las solemnes palabras: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Dios es­taba pensando en cada ser humano que ha existido y existirá sobre la tierra, en ti y en mí. “La gloria que descansó sobre Jesús es una prenda de amor de Dios hacia nosotros” (El Deseado de todas las gentes, cap. 11, p. 91).

Cada vez que escucho estas palabras me pregunto por qué hay per­sonas que creen que su vida no tiene mucho valor. ¡Jesús dio su vida por ellas! En realidad, la muerte de Jesús debe recordarnos el enorme valor que cada una de nosotras tiene para Dios. Y cada vez que nos sintamos tristes, derrotadas y perplejas, hemos de recordar estas palabras consoladoras: “Esta es mi hija amada, en quien tengo complacencia”.

Jesús encontró su fortaleza en la oración y la cercanía al Padre ce­lestial. Y yo te pregunto a ti: ¿Dónde encuentras la fuente de tu consuelo y fortaleza? ¿Acaso te abandonas a la desesperanza y te condenas a la tristeza? Pon tu vida hoy en las manos de Dios; pues él te ha dado una prenda de amor: su propia gloria que descansa sobre ti.

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