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sábado, 14 de febrero de 2015

Matutina de la Mujer: Febrero 14, 2015

Blanca como la nieve


Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.
Isaías 1:18


Vivo en Nueva Jersey, Estados Unidos, donde se aprecian las cuatro estaciones del año con sus respectivas características. A Nueva Jersey se lo llama el “Estado Jardín”, porque es muy pintoresco,
especialmente en la primavera. Cada año, cuando termina esa estación, me siento triste al ver cómo la vegetación parece desvanecerse. Entonces, aquel paisaje tan lindo se vuelve seco, polvoriento y sin atractivo.

Recuerdo el 14 de febrero de 2013. Cuando desperté en la mañana y miré por la ventana, vi algo que impresionó mi corazón. Había nevado; parecía como si alguien se hubiese tomado el tiempo de ir cubriendo de nieve cada ramita de los árboles en forma individual. Todo estaba blanco, puro, brillante; no se veía nada seco ni sucio. Llegó a mi mente el pasaje bíblico que acabas de leer: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos”. La grana es de color rojo fuerte; presenta un contraste con la nieve blanca.

El plan de Dios era que nuestra vida fuera más bella y nítida que la primavera, pero el invierno del pecado arruinó todo. Nos dejó como árboles secos y sin vida, casi listos para ser cortados y echados al fuego. Sin embargo, Jesús nos cubrió con su manto blanco de justicia y quitó de nuestra vida la mancha del pecado. Es fácil cambiar del blanco al rojo, pero es difícil cambiar del rojo al blanco. Jesús tiene poder para hacerlo; su sangre derramada en la cruz del Calvario nos limpia del pecado.

Ya no estés más atribulada por la carga del pecado. Abre tu corazón a Dios. Di le: “Padre, vengo a ti sabiendo que tú puedes borrar todos mis pecados y dejar mi corazón más blanco que la nieve”. El enemigo es el causante de nuestra condición. Nos hace sentir que no somos merecedo­ras de la gracia divina; se encarga de sembrar dudas en nuestro corazón para que no vayamos a Dios en busca de ayuda. Nunca olvidemos que Dios es un Padre amoroso que quiere transformarnos, y que promete echar nuestros pecados al fondo del mar (ver Miq. 7:19). El no quiere que sigamos sufriendo.

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