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domingo, 22 de febrero de 2015

Matutina de Jóvenes: Febrero 22, 2015

Cristo, suprema revelación de Dios

 

A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. Juan 1:18.



Todos los problemas de rebeldía contra Dios que tenemos los seres humanos tienen que ver, en gran medida, con nuestra desconfianza hacia su persona y hacia sus intenciones para con nosotros. Pensamos que
Dios es un ser que no nos ama a menos que seamos perfectos y le rindamos una obediencia ciega y servil a todos los caprichos de su voluntad. Tendemos a pensar que Dios no nos valora; no le interesa nuestra vida, nuestros sueños y nuestros sentimientos.
Y nos rebelamos. Pero, déjame confesarte algo: Si Dios realmente fuera así, ¿a quién le interesaría vivir eternamente esclavizado bajo el yugo de un ser que oprime, reprime y castra, y que se interesa tan solo en alimentar su ego?
Por eso, una de las misiones fundamentales de Jesús, al hacerse hombre, fue revelar cómo es REALMENTE Dios.
Cuando recuerdes a ese hombre que tocó afectuosamente con su cálida mano a ese leproso rechazado por la sociedad, que hacía mucho que no recibía un abrazo, menos una caricia, y que lo sanó, ten presente que así es Dios. Cuando evoques el momento en que frente a una turba de airados moralistas que estaban a punto de apedrear a esa mujer caída en adulterio, Jesús la defiende, la salva de la muerte y le dice: “Yo no te condeno”, recuerda que de esa manera te trata Dios. Cuando, frente al beso traicionero de Judas, que venía con una multitud de hombres listos para apresarlo y maltratarlo, Jesús lo llama tiernamente “Amigo”, a pesar de saber que su discípulo lo estaba entregando, recuerda que así es Dios. Cuando, en medio de un indecible dolor y sufrimiento, Jesús pendía de la cruz víctima del odio de sus enemigos y, sin embargo, oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”, recuerda que así es Dios. Cuando, finalmente, presa de la desesperación por estar cargando con los pecados de todo el mundo sobre su corazón, Jesús, en su agonía, clamó, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, piensa que es Dios mismo el que estaba sufriendo por amor a ti, para que puedas ser salvo.

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