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domingo, 22 de febrero de 2015

Matutina de Adultos: Febrero 22, 2015

Mayordomos de este mundo

 

«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Los bendijo Dios y les dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra” ». (Génesis 1: 27-28)



Esta es la más original, la más sintética, la más profunda declaración que pueda hacerse acerca de la antropología bíblica. En ella están contenidos todos los misterios de la naturaleza humana: su individualidad,
su libertad o libre albedrío, su responsabilidad moral, su capacidad intelectiva, su voluntad, sus intuiciones y aspiraciones innatas.
            En realidad, el creador dio a los seres humanos autoridad, una de las connotaciones de lo que implicaba ser creados a su imagen y semejanza. Dios tiene autoridad y quiso compartirla con los seres humanos para que mantuvieran un sano equilibrio en este mundo. Adán fue coronado rey en el Edén (La maravillosa gracia de Dios, pag. 40). El mundo estaba a sus pies para aprovechar sus recursos. Había heredado una enorme riqueza. Ahora, era necesario depender de Dios para darle a este planeta el rumbo que requería. Además, fue dotado de las capacidades necesarias para ejercer su potestad: «Creados para ser la “imagen y gloria de Dios”. Adán y Eva habían recibido capacidades dignas de su elevado destino. De formas graciosas y simétricas, de rasgos regulares y hermosos, de rostros que irradiaban los colores de la salud, la luz del gozo y la esperanza, eran en su aspecto exterior la imagen de su Hacedor. Esta semejanza no se manifestaba solamente en su naturaleza física. Todas las facultades de la mente y el alma reflejaban la gloria del Creador. Adán y Eva, dotados de dones mentales y espirituales superiores, fueron creados en una condición, “un poco menor que los ángeles”, a fin de que no discernieran solamente las maravillas del universo visible, sino que comprendiesen las obligaciones y responsabilidades morales» (La educación, pág. 19).
            Pero no obedecieron al Padre celestial. No respetaron su autoridad y quisieron tomar lo que no les pertenecía: el fruto del árbol prohibido. A través de ese acto, manifestaron su desconfianza en Dios y reconocieron el señorío de Satanás en este mundo, volviéndose así sus súbditos. Esa mala decisión acarreó destrucción y miseria. Desde entonces, el ser humano se dedica a destruir: primero, a la naturaleza (depredación del medio ambiente, contaminación); luego, a su prójimo (guerras y conflictos); y, finalmente, a sí mismo (vicios, desenfreno, inmoralidad.)

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