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sábado, 21 de febrero de 2015

Matutina de Jóvenes: Febrero 21, 2015

"Dios con nosotros"


Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan 1:14.



¡Cuántas cosas le reclamamos a Dios! Le reclamamos que es muy fácil decirnos desde el cielo, desde su “comodidad” y beatitud, cómo tenemos que vivir, qué tenemos que hacer, cuando aquí en la Tierra la cosa no es nada fácil.

Lo maravilloso es que Dios contestó a todos estos reclamos de la manera más práctica y eficaz: él mismo “se hizo carne, y habitó entre nosotros”. El Ser absoluto se gestó a sí mismo en el vientre de María, hasta llegar a constituirse en un ser humano: “se hizo carne”. Participó voluntariamente de nuestra naturaleza, de nuestras limitaciones humanas, de nuestras debilidades, de nuestra mortalidad.

Y no solo eso: “habitó entre nosotros”. No se hizo un monje ermitaño, enclaustrado entre cuatro paredes para evitar el roce con la realidad, con los problemas y los dramas humanos, con las tentaciones y las lu­ chas, con los conflictos provocados por el intercambio social. Tampoco nació o se crio en “cuna de oro”, encumbrado en el palacio de un rey, rodeado de lujos, placeres y comodidades. Por el contrario, nació en un maloliente establo, rodeado de animales; y se crio en un pueblo de Galilea, Nazaret, de quien uno de sus discípulos opinaba: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). Vivió la vida de un humilde hijo de carpintero, acuciado por los problemas económicos; susceptible de padecer los peligros físicos, morales, psíquicos y espirituales que entrañaban el ambiente y la sociedad en los que transcurrió su vida.

Y, finalmente, él supo lo que es el sufrimiento físico y emocional extremo: fue perseguido, hostigado y arrestado injustamente; bestialmente golpeado, flagelado y ofendido. Luego fue ejecutado con el método más brutal que utilizaba el Imperio Romano, la crucifixión.

En Cristo, Dios se hizo uno con nuestra naturaleza humana, con nuestro dolor, nuestra angustia y nuestra muerte, porque tanto nos amó que, aunque no lo entendamos, tomó las medidas necesarias para asegurar nuestra salvación eterna y nuestra dicha sin fin, en un mundo mejor. Jesús es “Dios con nosotros” (Mat. 1:23).

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