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lunes, 2 de febrero de 2015

Matutina de Jóvenes: Febrero 2, 2015

El escándalo del dolor


¿Hasta cuándo, o Jehová, clamaré y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? ¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan. Habacuc 1:2, 3.



Como el profeta Habacuc, no podemos menos que observar y hasta padecer la presencia del mal y del sufrimiento en el mundo. Y debemos reconocer que nos duele profundamente. Aunque los más creyentes tratemos de reprimirlo, de negar lo que sentimos y pensamos, nos enojamos con Dios silenciosamente. Lo emplazamos ante el tribunal de nuestro corazón, y lo acusamos de ser el culpable de todo el dolor y la miseria que existen en el mundo: “Si eres un Dios de amor y poderoso, ¿cómo puedes permitir tanto padecimiento, casos tan extrexmos de sufrimiento?” Y, en muchos casos, surge la terrible conclusión: “Si existiera de veras un Dios todopoderoso e infinitamente bondadoso, no podría permitir tanta maldad y dolor. Por lo tanto, Dios no existe”.

Este es uno de los temas más serios y desafiantes para tu fe. Y debe ser tratado con total honestidad, sin soluciones superficiales, simplistas. El sufrimiento, “el gran escándalo del dolor”, te interpela de manera cruda, para desafiarte a abandonar tu fe en Dios o a seguir creyendo en él a pesar de todo. Te quiero confesar algo: luego de muchos años de leer, investigar y reflexionar sobre este gran dilema espiritual, la conclusión a la que llegué es que no existe una explicación suficientemente satisfactoria acerca de por qué o para qué permite Dios el sufrimiento.

Pero, frente a los aparentes signos de la ausencia de Dios, lo que conviene hacer es aferrarnos a lo que sí conocemos, a los signos de la existencia, la presencia y la intervención de Dios en la historia. Y, además de las evidencias que, en este sentido, hemos visto, hay una suprema evidencia que nos asegura que Dios llegó al punto de estar dispuesto a participar de nuestro sufrimiento, de hacerse uno con nosotros en el dolor: la cruz de Cristo. Allí, Dios se hizo uno con tus pesares, y murió para darte la esperanza de un mundo sin lágrimas ni padecimientos.

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