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miércoles, 11 de febrero de 2015

Matutina de Jóvenes: Febrero 11, 2015

Para esto, eres impotente


Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago… Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:18, 19,21,24



¿Puedes acabar una carrera universitaria sin ser religioso? Por supuesto que sí. ¿Puedes ser un profesional competente sin ser cristiano? Claro. ¿Puedes destacarte en los deportes, en la música, en el arte, en las ciencias, en lo empresarial, en la política, siendo ateo? Obviamente. ¿Puedes dedicarte a causas nobles, como realizar obras sociales solidarias a favor de los necesitados, sin interesarte para nada en Dios y en su Palabra? Por supuesto.

Sin embargo, cuando te comparas con la santidad de Dios, con su infinita bondad, y con los alcances de la ética bíblica, te das cuenta de que hay cosas para las que eres impotente.

Quien escribió las palabras de nuestro texto bíblico de hoy no era un criminal empedernido, un adicto al alcohol y las drogas, un pervertido sexual, un estafador o un abusador. Era San Pablo, uno de los más grandes hombres de Dios, uno de los más grandes predicadores del evangelio que haya conocido la humanidad, uno de los mayores modelos de fe y consagración del cristianismo. Sin embargo, él nos comparte el ejemplo de su propia experiencia como representación de la condición humana, y nos dice que es impotente para hacer el bien, tal como es el bien absoluto ante la vista de Dios; y que no puede dejar de hacer lo malo. Y dice la razón: “el mal está en mí”.

El pecado no solo pervierte y degrada, pues cambió nuestra naturaleza moral semejante a Dios en una naturaleza caída, sino también produce una adicción al mal que no podemos contrarrestar.

Solo Dios tiene los recursos para que puedas cumplir tus más altos ideales morales. No dejes de acercarte a Dios y clamar por su poder renovador, transformador. La educación no basta; la cultura, tampoco; la fuerza de voluntad tiene su lugar, pero para esto es impotente. Lo que necesitas, por sobre todas las cosas, es un Salvador.

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