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domingo, 8 de febrero de 2015

Matutina de Adultos: Febrero 8, 2015

La Palabra de Dios es suficiente


«Toda palabra de Dios es limpia […] No añadas a sus palabras, para que no te reprenda y seas hallado mentiroso». (Proverbios 30: 5-6)

 

¿Alguna vez ha escuchado que hay ciertas versiones de la Biblia que incluyen más libros que otras? Se trata de los libros apócrifos (Judit, Sabiduría de Salomón, Tobías, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos). En su mayoría, dichos textos datan del periodo intertertestamentario. Sin embargo, aunque los judíos nunca los aceptaron como parte del Antiguo Testamento, en la iglesia cristiana hubo una serie de controversias en torno a su valor inspirado. Finalmente, en la cuarta sesión del Concilio de Trento, el 8 de abril de 1546, se colocó a los libros apócrifos en un nivel de igualdad con los otros libros inspirados de la Biblia, y hasta hoy el mundo católico los reconoce como inspirados.

Cito dos versículos de 2 Macabeos: «Por esto hizo el sacrificio expiatorio por los muertos, para que fuesen librados del pecado» (2 Macabeos 12: 46, Biblia Bover-Cantera). Además, hay una nota en esta parte que dice: «Este fragmento afirma valientemente el dogma de la resurrección, la existencia del purgatorio y la utilidad de las oraciones y sufragios por los difuntos». «Onías (Sumo sacerdote difunto) había dicho: “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo y por la ciudad santa, Jeremías, el profeta de Dios”» (2 Macabeos 15: 14, Biblia católica de Jerusalén). Aquí también se inserta una reveladora nota: «Este papel otorgado a Jeremías y Onías es la primera comprobación de una creencia en una oración de los justos difuntos a favor de los vivos». ¿Acaso no son extrañas estas doctrinas? ¿En qué parte de las Sagradas Escrituras encontramos refrendo a las mismas? El purgatorio, los sufragios por los muertos y la intercesión de los santos difuntos por los vivos, son creencias católicas que solo encontramos en libros apócrifos añadidos al canon de las Escrituras hebreas.

Por otra parte, sus contradicciones, el carácter grotesco de sus relatos, los errores históricos y las variantes textuales confirman su falta de inspiración. Decía Lutero: «La iglesia no puede dar más fuerza y autoridad a un libro de la que él mismo tiene en sí. Un concilio no puede hacer que sea Escritura lo que no es Escritura» (citado por José Flores, Escribiendo la Biblia, pág. 267).

Nadie debe añadir o quitar a la palabra de Dios. Esta Palabra prevalece a todas las contingencias históricas del pueblo de Dios, por lo cual el salmista dice: «Para siempre, Jehová, permanece tu palabra en los cielos. De generación en generación es tu fidelidad» (Salmo 119: 89-90).

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