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miércoles, 25 de febrero de 2015

Matutina de Adultos: Febrero 25, 2015

Todo fue creado para el hombre


«Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el aliento de su boca». (Salmo 33: 6)



«Y dijo Dios». Esta es la frase que constituye la espina dorsal de todo el relato. Es el estribillo, repetido diez veces en este magnífico poema. “Decir” es a la vez pensar y querer. En el “hablar” de Dios se encuentra el poder legislativo de su inteligencia y el poder ejecutivo de su voluntad. Esta palabra por sí sola revela un principio luminoso, un diseño inteligente y bueno en la base de todo lo que existe. Detrás de ese velo del universo visible que nos deslumbra, detrás de la regularidad de las estaciones y de las leyes fijas que las rigen y que podrían arrastrarnos a no ver en todo esto otra cosa que el desarrollo de la necesidad, esa frase, «y dijo Dios», nos revela un brazo poderoso, un ojo que discierne, un corazón lleno de benevolencia que nos busca, un ser providente que nos ama.

El rayo de luz que al llegar a nuestra retina dibuja delante de nosotros con nitidez un paisaje espléndido, realiza su función porque Dios le ha dicho que brille. El aire que aspiran nuestros pulmones cumple su cometido porque él le ha dicho que nos dé respiración y vida. Las flores y los frutos que cosechamos durante la mayor parte del año, que nos encantan con sus fragancias, que nos deleitan con su sabor fueron sembradas por él para nosotros en el hermoso jardín de la tierra. El sol que determina la largura de los años, de los días y de las horas; la luna que divide los años en meses y los meses en semanas, lo hacen porque Dios dirige sus movimientos en la bóveda del cielo.

La infinidad de animales que llenan de vida las aguas, el aire y la tierra, y los animales domésticos con los que compartimos nuestra morada existencia porque él nos ha rodeado de ellos, bien para estimular nuestra actividad tratando de vencer su resistencia, bien para aprovechar su dócil cooperación. Y, finalmente, si nosotros mismo estamos aquí como la obra maestra de la Creación, si podemos llamar Padre a Aquel que cuenta los cientos cuarenta mil cabellos de nuestra cabeza y los miles de astros que circulan en el firmamento, es porque él se digno hacernos a su imagen y poner en nosotros un rayo de su propio Espíritu.

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