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miércoles, 21 de enero de 2015

Matutina de Menores: Enero 21, 2015

Timol celestial

Experimenta: ¿En tu casa agregan orégano o tomillo a la comida? Si es así, pide que te den un poco de esas hierbas aromáticas antes de usarlas y frótalas entre tus dedos. Cuantas más frescas estén, más intenso será el olor que dejen en tu piel gracias a una sus­tancia llamada timol, que Dios incluyó en el aceite esencial de estas y otras plantas.

El timol del orégano y el tomillo no solamente es bueno para dar sa­bor y olor a la comida. Durante mucho tiempo esta sustancia, trans­parente y olorosa, se ha utilizado de diversas maneras debido a su capacidad para destruir bacterias y hongos. Los egipcios la usaron para conservar sus momias; hoy puedes encontrarla en la pasta con que te cepillas los dientes y el enjuague bucal que usas antes de ir a ver a esa personita que te llama la atención, porque al hidrogenarlo se obtiene el sabor a mentol. El timol también se usa diluido en otras sustan­cias y bajo supervisión, para combatir los infecciosos hongos y ácaros que invaden ciertos tejidos del cuerpo, los libros de una biblioteca o la piel de personas y animales.

Así también, nuestras acciones a veces, si no diariamente, despiden ese desagradable olor tan característico de un corazón enfermo de pe­cado. Debes tener cuidado porque la rabia, el odio, la envidia, la frus­tración y el resentimiento son como esporas de hongos que pueden invadirte de un momento a otro y provocar que aprietes los dientes, mientras piensas cómo te vengarás de esa persona.

Tú decides si permites que esos sentimientos te invadan como si fueran hongos o bacterias hasta provocarte serios problemas, o usar el timol celestial para purificar tu conciencia de las obras que condu­cen a la muerte. La sangre de Jesús es el timol celestial, capaz de prote­gerte y destruir cualquier obra de maldad que esté por invadirte. ¡En Jesús hay poder para conservarte, protegerte, purificarte y sanarte!

“Por medio del Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio sin mancha, y su sangre limpia nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para que podamos servir al Dios viviente» (Hebreos 9:14)

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