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miércoles, 21 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 21, 2015

Sin techo y sin hogar


«Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, dio orden de pasar al otro lado. Se le acercó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Jesús le dijo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo, nidos; Pero el hijo del hombre no tiene donde recostar su cabeza”»(Mateo 8: 19-20)



Pequeño o espacioso, ricamente amueblado o solo con lo esencial, acogedor siempre, ¡qué seguridad nos da disponer de un lugar donde albergar a nuestra familia! España tiene uno de los índices más
elevados de Europa de viviendas compradas durante aquellos años de la burbuja inmobiliaria, cuando conseguir una hipoteca para comprar una propiedad era tan fácil. Pero ¿qué ha traído la crisis económica? Desempleo, disminución considerable de los recursos, imposibilidad de hacer frente a las cuotas de los bancos y, como consecuencia, ¡desahucios! Según datos de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, en el primer semestre de 2012, se produjeron en España 517 desahucios diarios y la cifra global de personas que no podían pagar su hipoteca ascendió a 400.000. Pero el balance más trágico de los desahucios fue la opción que tomaron alguna personas desesperadas por la situación: el suicidio.

                Pero hay un Dios en los cielos… cuando nos hemos quedado sin techos y sin hogar, cuando ni las leyes, ni el estado, ni las entidades bancarias protegen la seguridad de nuestras familias; cuando también nuestros hermanos pudientes parecen desentenderse de nosotros olvidando aquellas palabras: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3:17); cuando interpelando con angustia al Señor, le pregunto: «¿Y tú Señor, cubrirás con tu justicia y tu amor mi desamparo? ¿Nos abrirás una puerta donde cobijar a mi familia?»

                Jamás hemos de olvidar que el Salvador tampoco tuvo un hogar ni un lecho donde recostar su cabeza, si no era el de sus amigos, que por ellos comprende nuestra indigencia y nos auxiliará, que nos asegura que, en esos desoladores juicios de desahucios, «yo defenderé tu pleito y salvaré a tus hijos» (Isaías 49:25), que nuestros hermanos nos aman y saben lo que Dios espera de ellos, «que partas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa a pobre sin techo» (Isaías 58: 7, DHH), que Dios no nos va a dejar sin socorro y que, permítaseme la licencia interpretativa, existe «una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar» (Apocalipsis 3:8).

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