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martes, 20 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 20, 2015

Pan de Sollozos


«Antes que mi pan, llega mi suspiro, y mis gemidos corren como el agua; porque me ha venido aquello que me espantaba, me ha acontecido lo que yo temía» (Job 3:24-25)



¿Has sufrido algún proceso depresivo? ¿Te has visto obligado(a) a tomar, por prescripción médica, ansiolíticos? ¿Sabías que en la Suiza alemana la depresión es endémica? Lo dijo Karl Stambach, un colega suizo, a quien le escuché una interesante predicación sobre la depresión. Dos veces en mi ministerio he tenido que intervenir en casos de suicidio por causa de la depresión: uno en un nivel de intento fallido, el otro desgraciadamente consumado, y también recuerdo a un querido colega, al frente de una gran iglesia, que un día me confesó: «Carlos, a veces, quisiera morirme». Y es que un estado depresivo, cuando ha hecho presa de nuestra ánimo, cuando atenaza nuestra voluntad, es terrible, incontrolable, absolutamente negativo, sin horizonte de salida, irracional, como dijo Job es: «Antes que mi pan, llega mi suspiro, y mis gemidos corren como el agua; porque me ha venido aquello que me espantaba, me ha acontecido lo que yo temía».

                Pero hay un Dios en los cielos… cuando estoy abrumado por las circunstancias de la vida y no me siento capaz de ir adelante, cuando me siento desanimado, cuando no veo la luz al final del túnel, cuando mi vida me parece demasiado difícil, cuando quisiera morirme; cuando los médicos me han dicho que estoy sufriendo una depresión, siento que estoy enfermo y no sé cómo salir de ello. Desgraciadamente, hoy es la enfermedad de moda, millones de personas sufren depresión, particularmente en las sociedades desarrolladas y, sorprendentemente, también en la iglesia.

                Jamás hemos de olvidar que el desaliento y el desánimo, como carencias del alma, fueron padecidos por muchos hombres de Dios: Job en su dura prueba, Abraham después de su victoria sobre los reyes de la llanura, José al ser vendido por sus hermanos, Josué cuando tuvo que suceder a Moisés e iniciar la conquista, Saúl cuando supo que había sido destituido por Dios, David cuando huía de la prosecución a muerte por parte del rey de Israel; Elías cuando, amenazado por Jezabel, quería morirse; Jeremías, Juan el Bautista, Pedro, entre otros. Sí, es verdad, la depresión también golpea a los fieles hijos de Dios en algún momento de sus vidas.

                Dios conoce la fragilidad de cada uno de sus hijos y sabe hasta dónde puede soportar las crisis emocionales. En medio de cualquier situación, todos hemos de recordar que podemos acudir «confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro»(Hebreros 4:16).

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