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martes, 13 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 13, 2015

La morada de Dios en los cielos


«Jehová está en su santo templo: Jehová tiene en el cielo su trono; sus ojos observan, sus párpados examinan a los hijos de los hombres» (Salmo 11:4)

 

Hay un Dios en los cielos. La realidad de la presencia de Dios en este mundo es una verdad incuestionable confirmada en su Palabra (Hechos 17: 27-28; Mateo 1:23). Además, la Biblia ubica la morada de Dios en los cielos: «Jehová tiene el cielo su trono», «A ti alcé mis ojos, a ti que habitas en los cielos», «Esta fuerza operó en Cristo, resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales» (Salmo 11:4; 123:1; Efesios 1:20). Esto no significa que Dios esté lejos de nuestros problemas y de nuestros destinos. Desde los cielos, Dios contempla, mira a los hombres, se interesa y dirige las cosas de este planeta.

            El mundo de las cosas terrenales y las celestiales, aunque a veces enfrentados como consecuencia del pecado, no están opuestos; las dimensiones vertical y horizontal de la vida humana se cruzan y entrelazan. Nuestra relación con el Dios que tiene su trono en los cielos ilumina, enriquece y asegura nuestra situación aquí en la tierra. Cristo vino a este mundo para unir de manera inseparable el cielo y la tierra.

            «En Cristo llegamos a estar más íntimamente unidos a Dios que si nunca hubiésemos pecado. Al tomar nuestra naturaleza, el Salvador se vinculó con la humanidad por un vínculo que nunca se ha de romper. A través de las edades eternas, queda ligado con nosotros» (El deseado de todas las gentes, pág. 17).

            Con la ascensión de Cristo a los cielos junto al Padre, nos trasladó místicamente con él a los lugares celestiales. La expresión «lugares celestiales» solo aparece en Efesios (1:3,20; 2:6; 3:10; 6:12) y destaca los beneficios obtenidos por la victoria de Cristo en su encarnación. A menos que comprendamos bien las cosas celestiales, no podremos superar las circunstancias difíciles que vivimos en la tierra ni entender cómo Dios actúa con nosotros.

            El sueño de Jacob en Betel, la escalera que unía el cielo y la tierra, no fue únicamente una promesa de bendición que iba a acompañar al patriarca en su vida. Esa escalera sigue estando alzada para todos aquellos que quieran unir sus experiencias dolorosas, inquietantes o gozosas, esperanzadas y promisorias con la providencia de un Dios que, desde los cielos, se sigue ocupando de nosotros.

            ¿No crees que es necesario fortalecer tus vínculos con tu Padre celestial? Él te espera. Está listo para morar en tu corazón.

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