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lunes, 12 de enero de 2015

Matutina de Adultos: Enero 12, 2015

La caja de Pandora


«Porque tú, Señor Jehová, eres mi esperanza, Seguridad mía desde mi juventud»  (Salmo 71:15)



Cuenta Hesíodo, en su obra Los trabajos y los días, que Prometeo robó el fuego del carro del dios Sol y lo entregó a los hombres. Zeus , el dios principal, se llenó de ira y quiso castigarlo mandando crear una mujer llamada Pandora, que envió a casa de Prometeo, donde vivía también su hermano Epimeteo, quien se enamoró de ella y la tomó como esposa. Pero Pandora traía consigo una misteriosa caja que contenía todos los males capaces de llenar el mundo de desgracias y sufrimiento y todos los bienes para poder remediarlos. Epimeteo advirtió a Pandora del peligro de abrir aquella caja pero esta, víctima de su curiosidad, la abrió un aciago día; y allí se escaparon todos los males que asaltan todavía hoy a los desdichados mortales. También salieron todos los bienes, pero estos subieron de nuevo al Olimpo de los dioses. Asustada de lo que había hecho, Pandora, la primera mujer, cerró inmediatamente la caja que dando dentro el don de la esperanza, tan necesaria para superar precisamente los males que acosan al hombre. Con el mito de la caja de Pandora explicaban los antiguos griegos el origen del mal y su remedio.

            La providencia divina rompe el fatalismo del mal, le abre vías alternativas, lo encierra con sus promesas en un espacio de temporalidad y genera, en este mundo, la esperanza. La esperanza es más que una de las tres virtudes teologales, más que una ilusión, es un estilo de vida, el de los hijos de Dios y más particularmente el de los que vivimos en la espera del advenimiento. La Biblia es un mensaje que crea esperanza. Creer en Dios es esperar en él, y esperar en él es ir más allá de las dolorosas eventualidades del presente, más allá de los tristes presagios del futuro; es vivir seguros, confiados en la intervención divina a favor nuestro, y esto no solo en el horizonte de la historia de aquí y ahora, sino en el horizonte de la eternidad junto a él.

            Vivir con esperanza, como dice Elena White, es un testimonio para el mundo: « Gozosos en la esperanza» (Romanos 12:12). «Doquiera vayamos, debemos llevar de Cristo verán atractivo en la religión que profesamos; los incrédulos verán la consistencia de nuestra esperanza» (Dios nos cuida, pág. 332).

            Jesús puede hacer que tu rostro refleje hoy esa bendita esperanza y que su gracia elimine cualquier tristeza de tu corazón. ¡Pídeselo!

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