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lunes, 15 de diciembre de 2014

Matutina de la Mujer: Diciembre 13, 2014

Zapatero divino


“Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no, no se acercan a ti. Muchos dolores habrá para el impío; Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia”. Salmo 32:8-10.



Trabajando como docente de escuela primaria, muchas veces canté con los alumnos la Marcha de San Lorenzo: “Febo asoma, ya sus rayos iluminan el histórico convento…”. Es una música dinámica que se aprende con facilidad y se presta para que los niños, pícaramente, le cambien las palabras.

Aunque han transcurrido dos generaciones, mis nietos, que están en el nivel primario, hacen lo mismo. No hace mucho los oí cantar: “Febo asoma, punto y coma. Los zapatos de… son de goma. Y los míos son de acero para darle más trabajo al zapatero”. Lo repitieron varias veces hasta que la más pequeña dijo: “¡Pobre zapatero, cuánto trabajo!”.

Mientras ellos se divertían rimando imaginativamente sus propias palabras. me quedé pensando en cómo nosotros también insistimos repetidamente en darle trabajo al Zapatero divino. Nuestro Padre celestial quisiera que usáramos suaves zapatos de “goma” para evitarnos los golpes que duelen y nos marcan en la vida, pero nosotros elegimos zapatos de “acero”, que no se amoldan bien a nuestros pies, nos pesan, nos hacen tropezar, caemos, nos lastimamos, sufrimos Si este calzado de acero nos causa dolor, cuánto más a Jesús que nos valoró hasta el punto de dar su vida para rescatamos.

A fin de evitarnos esos dolores, el Cielo nos dejó los Diez Mandamientos, que fueron hechos para el cuidado de nuestros pies, para evitamos complicaciones, tropezones, ampollas y heridas en el camino de la vida. Sí, las heridas pueden sanar, pero las cicatrices quedan. Menos mal que el misericordioso Zapatero divino no se cama de mostrarnos el camino una y otra vez.

Querida amiga, cuán bueno es atender el consejo del Señor y escuchar su voz: “Preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 6:16). Que tu respuesta y la mía sea: “Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas. Encamíname en tu verdad [..) porque tú eres el Dios de mi salvación” (Sal. 25:4, 5).

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