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viernes, 12 de diciembre de 2014

Matutina de Jóvenes: Diciembre 12, 2014

El ciego de nacimiento


“Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: ‘Ve y lávate en Siloé’. Así que fui, me lavé, y entonces pude ver”. Juan 9:11.



La historia de este ciego de nacimiento comienza con una pregunta teológica que refleja todos los pensamientos y preconceptos religiosos que el pueblo tenía. Según ellos, obligatoriamente la enfermedad era consecuencia directa del pecado; de otra manera, un hijo de Abraham no podría sufrir una situación tan negativa.

Caminar con Cristo no te va a liberar de los problemas, de las enfermedades, de las dificultades; lo que te va a dar es la compañía exacta que necesitas en ese momento. Además, caminar con Cristo te coloca en la mejor situación que existe para recibir un milagro.

En este relato, el ciego no pide nada. Los discípulos preguntan, Cristo responde e inmediatamente escupe en el suelo, hace barro, se lo unta en los ojos y le da la orden de la fe: “Ve y lávate”.

¿Te das cuenta de que, por más que no pidió nada, el ciego tuvo que actuar por fe? La orden se la dio un desconocido, al que nunca había escuchado, al que no reconocía ni como Mesías ni como nada. La orden fue fácil, pero extraña. La fe lo mueve para que a tientas llegue hasta el estanque de Siloé. La fe lo lleva hasta el agua, lo ayuda colocar la mano, se lava la cara, se limpia los ojos. La fe lo sana. La fe lo salva.

Las autoridades religiosas no aceptan el milagro. Dudan de la enfermedad. Consultan, y amenazan por cuestiones que eran de público conocimiento. Los padres del ciego no discuten, solo declaran que es su hijo; que era ciego y que ahora ve. El exciego tampoco discute, solo dice que sucedió un milagro en su vida. No necesita más.

¿Sabes? Tu fe no necesita ser defendida con una discusión. El milagro que Cristo realiza en tu existencia –transformación, liberación, salvación– habla por sí solo. Tu vida nueva, aunque mantengas la boca cerrada, es un sermón poderoso que se predica constantemente.

La historia del exciego no termina con los fariseos expulsándolo de la sinagoga; termina con un nuevo encuentro con Jesús. Encuentro en el que conocerá a su Sanador y Salvador. Encuentro en el que la fe se hace adoración.

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