Buscar...

jueves, 13 de noviembre de 2014

Matutina de Menores: Noviembre 13, 2014

Un motivo para cantar


«Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentira Alégrense, estén contentos, porque van a recibir un gran premio en el cielo» (Mateo 5: 11, 12)



Sería bueno que cada vez que alguien te insultara o dijera mentiras de ti, luego pidiera disculpas públicamente como hizo Teresa. Pero tú y yo sabe­mos que eso rara vez sucede. La mayoría de las veces nos toca vivir con el dolor o perdonar. Y no es nada fácil perdonar.

A principios del siglo XX, cuando Japón invadió Corea, los cristianos co­reanos fueron duramente perseguidos. Un pastor pidió permiso para dar el último culto en su iglesia, y la policía japonesa se lo concedió. Ese día, familias coreanas entraron a la iglesia para alabar a Dios pero, durante una de las es­trofas del himno «En la cruz», los soldados japoneses clausuraron todas las salidas y prendieron fuego al edificio. Afuera de la iglesia muchos escucha­ban impotentes, cómo la música se entremezclaba con el llanto de los niños y se iba ahogando con el rugido de las llamas. El odio siguió ardiendo durante mucho tiempo en los corazones de los coreanos. Cuando los japoneses fue­ron vencidos y abandonaron Corea, tanto cristianos como no cristianos los seguían odiando.

En 1971 un grupo de turistas japoneses que viajaban por Corea, visitaron por casualidad el monumento que los coreanos habían edificado en el sitio donde había estado la iglesia incendiada. Cuando leyeron los nombres de las personas que habían muerto y conocieron la historia del incendio, sintieron vergüenza. Volvieron a Japón y se comprometieron a tratar de subsanar el he­cho, recolectando millones de yenes para construir una nueva iglesia en el lugar de la tragedia.

Construyeron la iglesia, y Japón envió una delegación para el servicio de dedicación. Se pronunciaron discursos, se honró a los muertos, pero el odio que se había enraizado durante décadas aún se podía sentir. Sin embargo, sucedió algo extraordinario al final del culto, cuando el grupo comenzó a can­tar el último himno. «En la cruz». Todos los presentes vertieron lágrimas. Her­manos y hermanas en Cristo se dirigieron a sus parientes espirituales pidien­do perdón. En el momento en que se ofreció y fue aceptado el perdón, el himno parecía sonar más dulce aún.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario