Matutina de Menores: Noviembre 11, 2014

En memoria

“¡El Señor Dios de los Ejércitos Celestiales, el Señor es su nombre!” (Oseas 2: 5 NTV)

Hoy muchos turistas visitarán los monumentos de la dudad de Washing­ton en honor a los que sirvieron a su país durante la guerra. Subirán las esca­linatas hasta el monumento dedicado al primer presidente de los Estados Unidos. Leerán el Discurso de Gettysburg pronunciado por el presidente Lin­coln y verán el Monumento a Thomas Jefferson: ambos presidentes han con­tribuido mucho a la libertad que ahora disfrutamos en Estados Unidos. Las visitas hablarán en susurros y se moverán en puntas de pie, como si estuvie­ran visitando una iglesia.

El monumento que siempre nos saca alguna lágrima es la Tumba de los soldados desconocidos, del otro lado del río, en el Cementerio de Arlington. Este monumento conmemorativo honra a los hombres y las mujeres que murieron en las guerras estadounidenses, pero que no pudieron ser identificados. Es un monumento sencillo, como un cajón, con un ramo de flores. Una guardia de honor pasea frente a este monumento. Personas de todo el mundo van a presenciar el cambio de guardia y a rendir homenaje a esos soldados. En Ingla­terra. Francia o Rusia también tienen monumentos similares a sus soldados desconocidos.

El cielo también tiene su monumento conmemorativo de la guerra que debe pelear el cristiano; no es un monumento de granito o de mármol en honor a los muertos, sino un monumento viviente, que respira, que honra a aquel que puso fin a todas las guerras, nuestro primer y más grande Presidente, el que puso en acción las palabras «amor» y «sacrificio». En sus manos y pies se ve­rán las cicatrices, el recordatorio de todos los tiempos, de la terrible guerra librada en esta tierra contra el pecado, y de su gran sacrificio. En el cielo no habrá un monumento dedicado al soldado desconocido, porque cada solda­do de Cristo estará vivo, como conmemoración inspiradora de la gran victo­ria de Jesús.

Fue un consejo sabio o no. (Continuará…)