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sábado, 29 de noviembre de 2014

Matutina de la Mujer: Noviembre 29, 2014

Disciplinar, no castigar


“Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección tu madre”. Proverbios 1:8



¿Es necesaria la vara para corregir y enmendar? Cuando era niña, una de las cosas que me molestaban era que cuando cometía un error y debían corregirme me hicieran sentir peor de lo que ya me sentía. A veces, prefería un latigazo antes que la tortura de escuchar lo que ya sabía: que me había equivocado, que había desobedecido o que había hecho lo que no debía.

Hay padres que se esmeran en poner el dedo en la llaga sangrante de sus hijos y la herida nunca llega a cicatrizar, mucho menos a sanar. Crecí pensando que el día que yo fuera madre jamás les gritaría a mis hijos y nunca los castigaría por nada de lo que hicieran. “Los dejaré libres —pensaba—. Serán felices y yo viviré en paz”. Cuando me convertí en madre, me di cuenta de que si no corregía a mis hijas las perdería para siempre. ¡Cuánto le agradezco a mis padres que se hayan tomado el tiempo de corregirme y ayudarme a vencer mis inclinaciones entregándole mi vida a Jesús!

Las palabras ofensivas e hirientes son mucho peores que el castigo físico, porque pueden calar muy profundo y dejar heridas abiertas. La vara es necesaria para ocasiones extremas. Sin embargo, aunque este consejo viene de la Palabra de Dios, también nos aconseja no abusar de ella y nos muestra otros métodos para corregir sin violencia y con amor, persuadiendo el corazón de nuestros hijos y ayudándolos a reflexionar.

¿Cuántas veces nos sentamos para conversar, reflexionar y orar? ¿Enmendamos nuestras faltas como padres, tanto como queremos que lo hagan nuestros hijos? El simple hecho de conversar nos sirve para crecer. Es a través del diálogo como nos conocemos, nos entendemos y nuestro amor crece. Comunicarnos en un diálogo abierto como familia nos da la oportunidad de unir nuestros corazones y fortalecer nuestros vínculos.

Elena G. de White aconseja: “La impresión causada por nuestras palabras y nuestras acciones redundará seguramente en bendición o maldición para nosotros. Este pensamiento da una pavorosa solemnidad a la vida, y debe impulsamos a rogar humildemente a Dios que nos guíe por su sabiduría” (Patriarcas y profetas, cap. 53, p. 538).

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