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domingo, 2 de noviembre de 2014

Matutina de la Mujer: Noviembre 2, 2014

Esperé en Jehová y Él renovó mis fuerzas


“Pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”. Isaías 40:31



Recuerdo las palabras de mi madre como si fuera ayer: “Te va a ir mal, vas a mendigar, no vas a conseguir nada”. Faltaban pocos días para que viajara, por trabajo, a otro país. Había terminado mi primer año de Contaduría pública en una universidad estatal y aunque aprobé todas las materias tuve muchas dificultades con el sábado, que pude superar con la ayuda de Dios Decidí pasarme a una universidad adventista, pero no tenía los recursos económicos para afrontar la carrera.

El colportaje fue la puerta que Dios me abrió y que me ayudaría a predicar y conseguir los medios para solventar el costo de mis estudios. Mi madre no es adventista y cuando le comenté lo que deseaba hacer se opuso rotundamente. Para toda mi familia lo que iba hacer era una locura. Salir de la universidad estatal a la que no era fácil ingresar por la cantidad de postulantes y lo difícil de los exámenes, era algo que no podían comprender. Mi familia aprovechaba toda ocasión para “hacerme entrar en razón”.

Finalmente, a pesar de la oposición generalizada en la universidad, y tiempo completo en las vacaciones, para poder cubrir los gastos que implicaba vivir y estudiar. Mi esposo viajaba a su país y allí trabajaba con sus padres, mientras yo colportaba. Todo iba muy bien hasta antes de entrar al último semestre de mi carrera. En el receso invernal mi esposo se fue a trabajar a la Argentina, y yo me quedé en la universidad haciendo mis prácticas y adquiriendo experiencia en el departamento contable. Generalmente, mi esposo obtenía el dinero suficiente para pagar el alquiler de una vivienda, pero esa vez fue diferente.

Argentina entró en una depresión económica y mi esposo apenas logró juntar la mitad del dinero necesario. Después de hacer los cálculos una y otra vez, tomamos la decisión de dejar de estudiar ese semestre, pero el Señor tenía otros planes para nosotros. Dentro la universidad había algunas viviendas que otorgaban a alumnos con familia. Yo desconocía que había una casa desocupada y que estaba abierta la recepción de solicitudes para poder habitarla. Un compañero me animó a presentar la solicitud.

Después de hablar con mi esposo y orar mucho, hicimos la carta de pedido. Fue la última carta en ser recibida y la única en ser aceptada. Gracias a la intervención divina, mi esposo y yo pudimos terminar de estudiar y graduarnos. ¡Cuánto le agradecimos al Señor por “amparamos bajo la sombra de sus alas”! Amiga, las promesas de nuestro Padre vienen con cl sello de su fidelidad. Él nos dice: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios [...] quien te sostiene de tu mano derecha y te dice [...] yo te ayudo” (Isa. 41:10, 13). Y lo cumple.

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