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domingo, 2 de noviembre de 2014

Matutina de Jóvenes: Noviembre 2, 2014

Juan


Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento ese discípulo la recibió en su casa. Juan 19:27.



Hablar del apóstol Juan, es hablar de un ser humano a quien el amor de Cristo transformó. De aquel discípulo que, junto con Andrés, comenzó a seguir a Jesús, al profeta que recibió la visión del Apocalipsis, hay una distancia enorme en tantos aspectos de su vida, que parece que fueran dos personas diferentes.

Hay varios momentos en el relato bíblico que podríamos utilizar como base para pensar en la vida de Juan: la revelación de Cristo en el monte de la transfiguración, cuando pidió –a través de su madre– quedar a la derecha o a la izquierda de Cristo en su Reino, o cuando preguntó si podían orar para que caiga fuego del cielo sobre los samaritanos.

Cada uno de esos momentos nos serviría para meditar en nuestra realidad como seguidores de Cristo; pero me parece que el versículo de hoy nos muestra un momento determinante en la vida del discípulo amado.

Estar cerca de la cruz puede ser peligroso; ubicarte al pie de la cruz puede comprometerte. El cristianismo es jugarte, en todos los momentos, por aquel que llamas Señor. Que el mundo sepa que eres seguidor de Cristo cuando la multitud lo aclama como rey es fácil, cómodo y popular. Hacerlo cuando las personas están pidiendo su crucifixión, exige un compromiso profundo y mayor.

Juan estuvo cuando todos los otros huyeron. Juan se animó a mostrarse como discípulo cuando la situación era adversa. Y como buen seguidor de Cristo, no se conformó con una relación teórica, etérea y especulativa: cuando escuchó la voz de su Maestro decirle que él sería el encargado de cuidar de su madre, como siervo, obedeció.

Algunos eruditos dicen que Juan era primo de Jesús. Quizás esa posibilidad nos ayude a entender un aspecto que motivó al Señor a elegirlo para esa tarea de fuerte significado filial. Pero en realidad, con parentesco de sangre o no, la orden de Cristo continúa siendo la misma: es nuestro deber, como sus hermanos y embajadores, cuidar, respetar, abrigar y amar a los que están solos en este mundo. Las personas que no tienen familia deben sentir en la iglesia de Cristo su familia; para eso, nuestra labor es mostrarnos como hermanos.

Juan aprendió a amar a los otros pasando tiempo con Jesús, incluso al pie de la cruz. Tú puedes aprenderlo haciendo exactamente lo mismo.

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