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miércoles, 6 de agosto de 2014

Matutina de Menores: Agosto 6, 2014

Demasiado bueno como para mejorar


«Más se puede esperar del necio que de quien se cree muy sabio» (Proverbios 26:12).



María estaba segura de que tenía talentos musicales. Sus padres se lo habían dicho. Sus profesores de canto también. La gente que había acudido al salón de actos de su pueblo lo confirmaba. Los periódicos proclamaron su talento por toda Italia. Con talento y belleza, aquella joven se remontó a las cumbres de la fama en poco tiempo. Cuando recibió una invitación desde Roma para ser la soprano principal en una ópera dirigida por el famo­so Arturo Toscanini, llegó a la conclusión de que todos debían de tener ra­zón. ¡Ella era lo máximo! Su familia y su representante de inmediato notaron un cambio en ella. Actuando como una prima dona, María comenzó a ha­cer exigencias respecto a todo, le daban rabietas, le llamaba la atención a cualquiera, o decía palabras duras si alguien la contradecía. Para no conver­tirse en el motivo de su ira, su familia y sus amigos la complacían en todo, lo cual no era bueno para ella.

Finalmente llegó el gran día del ensayo final con Toscanini y la orquesta. María estaba nerviosísima cuando el gran director comenzó a hacer indica­ciones a los músicos. Durante el ensayo, Toscanini detuvo la orquesta y corrigió un error que María había cometido. Los ojos de María se encendieron de ira. Estaba avergonzada, furiosa y sorprendida de que alguien se hubiera atrevido a humillarla en público. «Señor Toscanini, ¡deseo recordarle que yo soy la principal estrella en la representación de esta noche!», dijo.

Toscanini se dio la vuelta para enfrentar a la joven cantante, levantó la cabeza con arrogancia y miró de reojo a la furiosa prima dona: «Señorita —le explicó—, las únicas estrellas son las que están en el cielo. En esta tierra solo hay buenos y malos músicos, ¡y en mi opinión, usted está entre los malos!». María corrió a su camerino, empacó sus cosas y regresó a casa. Decidió no cantar más. ¡Pobre María, su orgullo la destruyó!

He observado a atletas profesionales, a artistas de cine, a escritores y a presidentes, incluyendo a gente como tú y como yo, destruirse por ser de­masiado orgullosos como para aprender de los demás. ¡Qué tontos! ¡Cuán­to talento desperdiciado! ¡Perder tanto por ser arrogantes!

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