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domingo, 3 de agosto de 2014

Matutina de la Mujer: Agosto 3, 2014

Solo en tierra extranjera


“No moriré, sino que viviré, Y contaré las obras de Jehová” Salmo 118:17



Llegué a Ecuador en noviem­bre de 2008 para encontrar­me con mi esposo, que estaba trabajando como pastor. Sabía que tenía mucho que aprender pero esta­ba feliz de reunirme con él e iniciar juntos el trabajo en el ministerio.

Al principio, todos estaban felices de verme, ya que por motivos de documen­tación estuve un tiempo lejos de mi esposo y de las tareas de la iglesia, pero pocas semanas después comencé a sentirme presionada, criticada y exigida. Me pedían que diera seminarios e hiciera múltiples actividades. Entonces no sabía hablar absolutamente nada en español. Sentía que las personas hablaban demasiado rápido, lo que me impedía entenderles, tanto que no me atrevía a hablar y evitaba las conversaciones.

El primer mes que llegué quedé embarazada. Ya no podía acompañar a mi esposo en su ministerio, como yo quería, y me vi obligada a quedarme sola en casa. Los viajes de mi esposo eran largos, incluso le era difícil volver el mismo día y tenía que pasar sola la noche. Con todas estas dificultades empecé a refu­giarme en las promesas del Señor. “Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. Aguarda a Jehová; esfuér­zate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová” (Sal. 27:13, 14).

Luego de un tiempo nos cambiaron de distrito y allí me sentí muy aliviada porque pude sentir el cariño y afecto de las hermanas. Para ese entonces ya tenía a mis dos hijos: Joshua y Emily.

Un lunes, mi esposo debía viajar a otra ciudad. Quedé sola con mis dos hijos cuando una terrible depresión me doblegó y me sentí desmayar. No podía soste­nerme ni tener a mi bebé en brazos. En su misericordia, Dios me envió un hermano que vino con una vianda para el almuerzo. Tocó el timbre y solo alcancé a abrir la puerta… y sin fuerza alguna, me desvanecí. Llegaron varias hermanas a socorrerme y me llevaron al hospital. Llamaron a mi esposo y me atendieron con mucho cariño sin dejarme un instante sola.

Ahora, por la gracia de Dios, hablo y entiendo mejor el español. Puedo co­municarme con los hermanos y sigo confiando en Dios porque el Señor, al que llama, lo capacita.

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