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viernes, 27 de abril de 2018

Matutina de Adultos : Abril 27, 2018

Primer paso: reconocer


Si afirmamos que no tenemos pecado, lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad». 1 Juan 1: 8, NTV


RECONOCER que estamos equivocados no suele ser nuestra primera reacción. Una cosa es saber que somos pecadores y otra distinta es reconocer que lo somos, pero el reconocimiento es el primer paso hacia el perdón, pues nos conduce al arrepentimiento, la confesión y la humillación contrita. Cuando reconocemos nuestro pecado ante Dios, somos conscientes de que puede perdonarnos y transformarnos.

El Evangelio de Lucas relata la parábola del publicano y el fariseo cuando fueron al templo a orar a Dios. Aunque ambos personajes se consideraban justos, el primero no podía siquiera alzar los ojos hacia el cielo; el segundo, sin embargo, daba gracias porque no era ladrón ni injusto como los demás hombres. La Palabra dice que el publicano regresó a su casa justificado, a diferencia del fariseo, que demostró que su corazón estaba cerrado a la influencia del Espíritu Santo; y como no había reconocido la condición en que se encontraba y no sintió necesidad de perdón, no recibió nada (Lucas 18: 9-14). Aquí se encierra una gran lección: Dios es el único que puede librarnos del autoengaño.

En un lugar apartado de la ciudad, un joven enfermó y comenzó a bajar de peso. Su padre notó que estaba muy pálido y le recomendó que fuera al médico; pero el joven le contestó que no estaba enfermo y que, por tanto, no necesitaba ir a ningún lado. Después de dos meses, había perdido unos quince kilos, y su padre fue a una ciudad cercana en busca de un médico conocido de la familia para que lo examinara en casa. Para sorpresa de la familia, el médico le diagnosticó cáncer en la sangre. Lo llevaron de urgencia a un hospital, pero ya no pudieron hacer nada por él: la enfermedad había avanzado demasiado y, al poco tiempo, murió.

Esto es lo que sucede con aquellos que no reconocen que están enfermos del pecado y necesitan al Médico divino. Ahora es tiempo de reconocer y entregar nuestro corazón al Señor antes de que la enfermedad del pecado avance y sea demasiado tarde. Oremos para que Dios nos haga sensibles a la voz del Espíritu Santo en este día.

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