La entrada de Jesús en Jerusalén
Alégrate mucho, hija de Sion! ¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu rey vendrá a ti, justo y salvador, pero humilde, cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna». Zacarías 9: 9
LA SEMANA DE LA PASIÓN de Jesús fue la semana de las grandes decisiones. Días antes de su crucifixión y resurrección, él entró triunfalmente en Jerusalén, cumpliendo las palabras del profeta Zacarías de que el Rey vendría cabalgando sobre un pollino.
Era la época de la Pascua, la más concurrida de las fiestas anuales de los judíos. A dicha fiesta acudían miles de personas de toda la nación y de países lejanos. Aquel día había una gran multitud en Jerusalén, y su entrada victoriosa conmocionó a toda la ciudad.
La profecía de Zacarías anunciaba la manera en la que el Hijo de David entraría a la ciudad. Y cuando el pueblo lo vio entrar, lo aclamó como Mesías y rey. El momento político también era propicio para que la entrada de Jesús, siendo proclamado Hijo de Dios, impactara a los gobernantes, los sacerdotes, los escribas, los fariseos y a todo el pueblo. Su propósito era presentarse públicamente como Redentor y llamar la atención de la gente hacia el sacrificio que había de coronar su misión a favor de un mundo caído.
Sin embargo, centrémonos ahora en lo que sucedió unos momentos antes. A medida que Jesús se aproximaba a la ciudad, se entristeció y lloró por ella, porque sabía que en dicha ciudad sería rechazado; aquellos a quienes había venido a salvar no lo recibieron como su Redentor. Vio toda la historia de la humanidad, el día del juicio final y la condenación de miles de sus hijos que podrían haber disfrutado de la vida eterna si lo hubieran aceptado como el Salvador del mundo.
Te vio a ti y me vio a mí; vio a su iglesia en los últimos días y es su deseo que nosotros sí lo recibamos como el Rey de reyes y Señor de señores. Por lo tanto, preparémonos para ese maravilloso encuentro que muy pronto ocurrirá.
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