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lunes, 3 de abril de 2017

Matutinas de Adultos : Abril 3, 2017

La victoria se encuentra únicamente en Dios


«Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe». I Juan 5: 4


LA VIDA CRISTIANA es una lucha y un recorrido; pero la victoria que debemos ganar no se obtiene por el poder humano. El corazón es el campo de batalla. Y la batalla que hemos de librar, la mayor que hayan peleado los seres humanos, es la rendición del yo a la voluntad de Dios, el sometimiento del corazón a la soberanía del amor. La vieja naturaleza carnal no puede heredar el reino de Dios. Es necesario renunciar a las tendencias hereditarias, a las viejas costumbres.

El que decida entrar en el reino de los cielos descubrirá que todos los poderes y las pasiones de una naturaleza pecaminosa, apoyados por las fuerzas del reino de las tinieblas, se despliegan contra él. El egoísmo y el orgullo resistirán todo lo que revelaría su pecaminosidad. No podemos, por nosotros mismos, vencer los malos deseos y hábitos que luchan por dominarnos. No podemos vencer al enemigo que nos retiene cautivos. Solo Dios puede darnos la victoria. Él desea que disfrutemos del dominio sobre nosotros mismos, sobre nuestra propia voluntad y malos hábitos; pero no puede obrar en nosotros sin nuestro consentimiento y cooperación. El Espíritu divino obra en beneficio de las facultades y los poderes otorgados a los seres humanos. Debemos cooperar con Dios.

No se obtiene la victoria sin mucha oración ferviente, sin humillar el yo a cada paso. Nuestra voluntad no ha de verse forzada a cooperar con los agentes divinos; debe someterse voluntariamente. Aunque Dios pudiera imponer la influencia del Espíritu Santo con una intensidad cien veces mayor, eso no nos haría cristianos, no nos haría personas listas para el cielo. No se destruiría la influencia de Satanás. La voluntad humana debe colocarse de parte de la voluntad de Dios. Por nosotros mismos no podemos someter nuestros propósitos, deseos e inclinaciones a la voluntad de Dios; pero si estamos dispuestos a someter nuestra voluntad a la suya, Dios cumplirá su parte, aun si tiene que derribar «argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10: 5). Entonces nos ocuparemos de nuestra «salvación con temor y temblor, porque Dios» producirá en nosotros tanto «el querer, como el hacer, por su buena voluntad» (Fil. 2: 12, 13).— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 6, pp. 214-216.

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