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martes, 7 de marzo de 2017

Matutina de Adultos : Marzo 7, 2017

La Gran Lucha Que Enfrentamos


«Apártese de maldad todo aquel que invoca el nombre de Cristo».  2 Timoteo 2: 19


HEMOS PUES de entregarle por COMPLETO a Dios el corazón, o no se efectuará en nosotros ese cambio que tiene que producirse, por el cual hemos de ser transformados conforme a la semejanza divina. Por nuestra naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espíritu Santo describe nuestra situación diciendo: «Antes ustedes estaban muertos a causa de su desobediencia y sus muchos pecados» (Efe. 2: 1, NTV). «Tienen herida toda la cabeza, han perdido las fuerzas por completo. […] No hay nada sano en ustedes» (Isa. 1: 5-6, DHH). Satanás, nos ha hecho caer en «la trampa» y nos «tiene cautivos, sumisos a su voluntad» (2 Tim. 2: 26, NVI). Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero como esto exige una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos por completo a él.

La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya librado. Rendir el yo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere un gran esfuerzo. Ahora bien, para que el alma sea renovada en santidad, ha de someterse antes a Dios.

El gobierno de Dios no está basado en una sumisión ciega, ni en una reglamentación irracional, como Satanás quiere hacerlo parecer. Al contrario, apela a la razón y a la conciencia. «Vengan, pongamos las cosas en claro» (Isa. 1: 18, NVI), es la invitación del Creador a sus criaturas. Dios no fuerza la voluntad de sus criaturas. No puede aceptar un homenaje que no le sea tributado voluntaria e inteligentemente. Una mera sumisión forzada impedirá todo desarrollo real de la mente y del carácter: haría de las personas simples marionetas. Este no es el designio del Creador. Él desea que el ser humano, que es la obra maestra de su poder creador, alcance el máximo desarrollo posible. Nos presenta la gloriosa altura a la cual quiere elevarnos mediante su gracia. Nos invita a que nos entreguemos a él para que pueda cumplir su voluntad en nosotros. Por nuestra parte nos toca decidir si queremos ser libres de la esclavitud del pecado para compartir «la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rom. 8: 21).

Al consagrarnos a Dios, tenemos necesariamente que abandonar todo aquello que nos separaría de él. Por eso dice el Salvador: «Piénsenlo bien. Si quieren ser mis discípulos, tendrán que abandonar todo lo que tienen» (Luc. 14:33, TLA). Es necesario que renunciemos a todo lo que aleje a nuestro corazón de Dios. […]

Pretender que se pertenece a Cristo sin sentir ese profundo amor, resulta en mera palabrería, o en estéril formalismo o gravosa e insoportable obligación.— El camino a Cristo, cap. 5, pp. 65-68

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