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lunes, 6 de marzo de 2017

Matutina de Adultos : Marzo 6, 2017

No Hay Excusas Para Pecar


«Ni yo te condeno; vete y no peques más». Juan 8: ll


EL IDEAL DE DIOS para sus hijos es más elevado de lo que puede alcanzar el más sublime pensamiento humano. «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mat. 5: 48). Esta orden es una promesa. El plan de redención contempla nuestro completo rescate del poder de Satanás. Cristo siempre aparta al alma arrepentida del pecado. Vino para destruir las obras del diablo, y ha hecho provisión para que toda alma reciba el Espíritu Santo, para guardarla de pecar.
La intervención del tentador no constituye una excusa para cometer una mala acción. Satanás se alegra cuando oye a los que profesan seguir a Cristo presentando excusas para justificar sus defectos de carácter. Son estas excusas las que inducen a pecar. No hay disculpa para el pecado. Todo hijo de Dios tiene a su disposición un temperamento santo y una vida semejante a la de Cristo.
El ideal del carácter cristiano es la semejanza con Cristo. Como el Hijo del hombre fue perfecto en su vida, los que le siguen han de ser perfectos en la suya. Jesús fue hecho en todo semejante a sus hermanos. Se hizo carne, como somos carne. Tuvo hambre y sed, y sintió cansancio. Se sustentó con el alimento y durmió para descansar. Participó de la suerte del ser humano, aunque era el inmaculado Hijo de Dios. Era Dios hecho carne. Su carácter ha de ser el nuestro. El Señor dice de aquellos que creen en él: «Habitaré y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (2 Cor. 6: 16).
Cristo es la escalera que Jacob vio, cuya base descansaba en la tierra y cuya cima llegaba a la puerta del cielo, hasta el mismo umbral de la gloria. Si esa escalera no hubiese llegado a la tierra, o le hubiese faltado un solo peldaño, habríamos estado perdidos. Pero Cristo nos alcanza donde estamos. Tomó nuestra naturaleza y venció, a fin de que nosotros, tomando su naturaleza, pudiésemos vencer. Hecho «en semejanza de carne de pecado» (Rom. 8: 3), vivió una vida sin pecado. Ahora, por su divinidad, echa mano del trono del cielo, mientras que por su humanidad nos alcanza. Él nos invita a obtener Por la fe en él la gloria del carácter de Dios. Por lo tanto, hemos de ser perfectos, como nuestro «Padre que está en los cielos es perfecto» (Mat. 5: 48),— El Deseado de todas las gentes, cap. 31, pp. 280-281.

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