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jueves, 23 de febrero de 2017

Matutinas de Damas : Febrero 23, 2017

Jesús En El Tribunal


«Cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis, porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar» (Mateo IO: 19).



 «Señor, no sé de qué otra manera demostrar mi inocencia —oraba—. Este es tu juicio, no el mío». Me encontraba esperando veredicto en un país que no era el mío. Años antes, había emigrado y me había inscrito en una universidad. Trabajé duro para pagarme los estudios a la vez que ayudaba económicamente a mi familia. Luego, dos meses antes de que mi visado expirara, me dirigí a las autoridades académicas para pedir que presentaran mi pasaporte al Ministerio del Interior para su renovación.
Mi pasaporte llegó a tiempo con un nuevo sello de visado que me concedía dos años más durante los cuales podría permanecer en ese país. Encontré trabajo y parecía que todo se me estaba solucionando estupendamente. Aquellos dos años de mi nuevo visado se me pasaron en seguida, así que necesitaba renovarlo otra vez. En este caso, la empresa para la que trabajaba aceptó solicitarme un permiso de trabajo. Mi jefe escribió una carta en mi nombre para que yo la presentara en el Ministerio del Interior junto con mi solicitud del permiso.
Presenté en persona mi pasaporte junto con los documentos acreditativos. El funcionario que me atendió me indicó el día en que yo tenía que volver para recoger mi pasaporte con el permiso de trabajo. ¡Qué contenta me sentía con la idea de recuperar mi pasaporte! En la fecha designada, entré en el edificio. Nada me había preparado para lo que estaba a punto de suceder. Me aproximé al funcionario que había intervenido en la renovación de mi visado la primera vez. «La recuerdo —me dijo—. Por favor, sígame». Al otro lado de la puerta, me estaban esperando dos policías.
Uno de ellos explicó: «Su sello del visado anterior era falso. Está usted detenida por hallarse en este país con documentación falsa». El caso fue a juicio y yo cooperé plenamente con las autoridades. Mi asunto fue transferido al jurado del Tribunal de la Corona. Solo Dios y los amigos que oraron por mí me sostuvieron durante este periodo de prueba. Después de que las evidencias fueron presentadas, el jurado deliberó y regresó con su veredicto: «Inocente».
«Inocente!». Es el mismo veredicto que pronuncia Dios en el tribunal celestial cuando ve las huellas de los clavos en las manos de Jesús y pondera la evidencia de la sangre que Cristo derramó por mí.

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