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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Matutina de Adultos: Noviembre 2, 2016

“SANTO, SANTAMENTE, POR ENTERO – 2”


«Habéis, pues, de serme santos, porque yo, Jehová, soy santo, y os he apartado de entre los pueblos para que seáis míos». Levítico 20: 26



HAY QUIEN DICE QUE para los anglohablantes la mejor manera de entender la palabra «santo» (holy) es escribirla mal. Después de todo, no hay manera de eliminar esa palabra del vocabulario de
la Santa Biblia (ahí la tenemos otra vez). Pero, ¿por qué íbamos a hacerlo? ¿Sabías que ese es el único atributo de Dios que se menciona tres veces seguidas en la Biblia? En ningún sitio de la Biblia leemos: «Amor, amor, amor: Dios es amor», ni «Justo, justo, justo: Dios es justo». La única característica divina que es magnificada con una expresión triple es: «¡Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de su gloria!» y «¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es y el que ha de venir!» (Isa. 6: 3; Apoc. 4: 8). Antiguo Testamento, Nuevo Testamento: la santidad de Dios es exaltada ante el universo. ¿Con exclusión de su amor y su justicia? ¡Más bien no! La santidad divina es como la luz blanca que, cuando se refracta en un prisma, riela con la totalidad de los majestuosos colores de un arcoíris. Del mismo modo, su santidad es la suma trascendente de todo lo que nuestro Dios tiene de glorioso y bueno, refractado al exterior en el amor, la misericordia, la rectitud y la justicia que él es. No es de extrañar que las triples expresiones provengan de los labios de seres creados que con alegría incontenible y temor reverente se inclinan a adorar al Dios creador del universo. ¡Es «santo» sin duda!

Pero lo sorprendente es que Dios tome ese atributo tan suyo y reclame (en realidad, lo exija) que sea una realidad manifiesta en sus elegidos. No solo en nuestro texto del Antiguo Testamento de hoy, sino también en el corazón del Nuevo Testamento: «Así como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: “Sed santos, porque yo soy santo”» (1 Ped. 1: 15, 16).

Entonces, ¿qué ocurriría si los anglohablantes aprendieran a escribir mal la palabra holy para entenderla bien? O sea, poner wholly («completamente», «por entero» en vez de holy. ¿No hemos enseñado así a nuestros niños que Dios santificó el sábado, tomando siete centavos, alineándolos en una mesa y poniendo el séptimo centavo (día) a un lado para mostrar que el sábado es «por entero» de Dios? ¿No ilustramos el diezmo de la misma manera, alineando diez monedas en una mesa y luego poniendo a un lado la décima para mostrar que el diezmo es «por entero» de Dios? El santo sábado, el santo diezmo, el pueblo santo: Dios pone su dedo en ellos y los separa. «Son míos —por entero míos—, santos y míos». Y, ¿qué podría ser mejor que descubrir que pertenecemos por entero a nuestro amante Dios, que somos suyos por entero?

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