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martes, 4 de octubre de 2016

Matutina de la Mujer: Octubre 4, 2016

Procuremos la paz, no la guerra


«Dichosos los que trabajan por la paz,porque Dios los llamará hijos suyos» (Mat. 5: 9).



LA PEQUEÑA preguntó a sus papás: «¿Cómo empiezan las guerras?». El papá, entendiendo que aquel era un tema de hombres, se adelantó inmediatamente a responder: «Imagínate que nuestro país
quisiera pelearse con el país de al lado…». «¡Pero qué dices! —interrumpió la mamá——. Nuestro país nunca ha entrado en guerra con el país vecino». «Lo sé -—aclaró el papá-; solo estaba usando una situación hipotética». «Pero eso confundirá aún más a la niña», protestó la mamá. «¡No la va a confundir!», gritó él, exasperado. «¡Claro que sil», insistió ella. «¡Que te digo que no!». «¡Que te digo yo que si!». La pequeña, que los miraba perpleja, finalmente los interrumpió: «No te preocupes, papá, creo que ya sé cómo empiezan las guerras».

Puede parecer este un ejemplo muy simplón, pero la escena capta a la perfección el tema del que quiero hablar hoy: con qué sencillez entramos a veces en pleitos que pueden terminar en enemistades perpetuas, cuando no había ninguna necesidad.

 Es evidente que hay muchas razones que pueden llevar a dos países a la guerra, y todas difíciles de explicar en pocas palabras, pero no cabe duda de que, lamentablemente, las simples discrepancias de opinión pueden encender grandes batallas entre dos personas. Y es que esa tendencia tan nuestra de mantenernos cada una en su postura, anquilosadas en un único modo de entender las cosas, cuánto daño puede hacer. Ese deseo de imponer nuestro propio criterio da pie a batallas totalmente innecesarias. Si deseáramos en cada caso simplemente contribuir al bien común, en lugar de tener el poder y la razón, otro gallo cantaría.

Jesús discrepaba de los fariseos en su manera de ver el mundo; no respetaba las tradiciones de ellos, y eso les hacía ver su autoridad amenazada. Como consecuencia, iniciaron una guerra contra él y se perdieron al Señor de la paz. Y tú, ¿sientes mermada tu autoridad cuando alguien opina distinto a ti? ¿Tienes que llevarte mal con otra persona y atacarla solo porque piensa y se expresa diferente? Entonces albergas en tu interior la base de todas las guerras: el egoísmo y el afán de supremacía.

«Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» leemos (Heb. 12: 14). Partiendo de la base, las discrepancias y diferencias de opinión pueden verse siempre como algo constructivo.

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