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martes, 4 de octubre de 2016

Matutina de Adultos: Octubre 4, 2016

“UNA MOVILIZACIÓN TAN GRANDE COMO UNA BALLENA – 2”


«Mas yo, con voz de alabanza, te ofreceré sacrificios; cumpliré lo que te prometí. ¡La salvación viene de Jehová!». Jonás 2: 9



EN SECUENCIA TREPIDANTE, los marineros gentiles empapados por el mar en el épico relato de Jonás formulan las preguntas dos a ocho a gritos, imponiéndose a los vientos huracanados,
directamente al corazón al profeta fugitivo. Y, agarrado a la barandilla de aquel agitado navío fenicio, Jonás se quita con la lengua la sal de los labios y responde con un mea culpa.

Respondió: «Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará, pues sé que por mi causa os ha sobrevenido esta gran tempestad» (Jon. 1: 12). Los hombres lo creen y lo echan al mar, y en ese instante el mar queda en calma.

No para Jonás, que es absorbido de las profundidades borboteantes a las inmediaciones vomitivas de una monstruosa criatura marina. Pero, asombrosamente, en esa montaña rusa movida sobre un mar negro como el carbón, Jonás ni muere ni vomita.

Ora con arrepentimiento y confesión abyectos. Y, por lo visto, nuestro Dios puede oírnos con independencia del lugar en el que suceda que nos encontremos en la tierra (o en el mar), porque el profeta fugitivo es perdonado. Con gozo, Jonás exclama las palabras del texto de hoy: «¡La salvación viene de Jehová!».

Pero el sonido que siguió no fue igual de gozoso. Cuando nuestra perra Sadie Hawkins se pone a vomitar, hace un sonido característico indicativo de arcadas que da un subidón de adrenalina a quienquiera se encuentre más cerca de ella para ¡Sacar en volandas a la pobre Sadie, llevándola al patio! A Jonás no le importa el sonido: es vomitado en tierra seca. ¡Aleluya! Y cuando Dios le ordena por segunda vez ir, Jonás va de inmediato, movilizado en la misión de Dios por aquella ciudad perdida.

Y, quién lo iba a decir, en una de las campañas de evangelización de mayor éxito de la historia del mundo, el rebelde se convierte en el agente de Dios que logra el avivamiento de toda una ciudad que ¡Lleva la salvación a la ciudad más malvada de la tierra (así opinaba Jonás y por eso había huido)! «Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que se habían convertido de su mal camino, cambió de parecer y no llevó a cabo la destrucción que les había anunciado» (Jon. 3: 10, NVI).

¿Y Jonás? Estaba tan contrariado de que el fin no se produjera que, de hecho, ¡Suplicó a Dios que lo matara (historia verídica)! Por lo visto, es posible que los elegidos anhelen más el fin del mundo que la salvación de los perdidos, como si su reputación importase más que la de Dios. ¿Anhelamos eso nosotros? ¿Importa más?

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