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miércoles, 5 de octubre de 2016

Matutina de la Mujer: Octubre 5, 2016

“¿DÓNDE ESTÁ DIOS?”


“Ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mar. 10:45).



Cuenta una historia que un rey, temeroso de Dios y sincero, se encontraba una noche durmiendo en su palacio cuando le sobresaltó un ruido en el tejado. Alarmado, preguntó: “-¿Quién anda ahí?” -“Un
amigo -respondió una voz. -He perdido a mi camello y lo estoy buscando”. -“¿Estás loco?-preguntó el rey.
-¿Cómo vas a buscar un camello en un tejado?” -“Igual de loco está usted -añadió la voz amiga-, que busca a Dios en una cama de oro y entre sábanas de seda”.*

¿Dónde está Dios para que podamos ir a buscarlo? Esta es una pregunta trascendental para toda alma sincera que desea tener una relación con él. La respuesta, quizá, no sea tan fácil.

Lo típico es pensar que, como creador del universo que es y redentor de la especie humana, Dios está en todas partes cuidando de sus criaturas, así que con que observemos la naturaleza y hagamos meditación ya estamos en el buen camino para conocerle.

Y sí,Dios está en todas partes, haciéndose visible a través de sus obras creadas, pero es una locura esperar que con la mera vida contemplativa, lo podamos conocer como realmente es, en toda su grandeza.

Una parte clave de la grandeza de Dios nos lleva a buscarlo donde, a priori, parecería una insensatez hacerlo: en la forma de siervo; es decir, en la vivencia del servicio.

Pero el Creador y Redentor, “aunque existía con el mismo ser de Dios, […] renunció a lo que era suyo y tomó la naturaleza de siervo”(Fil. 2:7). Y es así como, haciéndonos nosotras mismas siervas, sirviendo a los demás por amor, llegamos a conocer la naturaleza de nuestro Dios; llegamos a encontrarlo donde realmente quiere ser encontrado: en la acción que marca una diferencia en el mundo gracias al amor.

No está de moda pensar que el Señor del universo, el dueño de todo lo que existe, se hace accesible a nosotras a través del servicio, pero así es. En las Escrituras no lo encontramos nunca entre sábanas de seda, sino en la humildad, la negación de sí mismo, el servicio desinteresado y desprejuiciado, y en la entrega de todo su ser hasta la misma muerte. ¡Y muerte de cruz!

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