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viernes, 9 de septiembre de 2016

Matutina de Menores: Septiembre 9, 2016

ROMPIENDO EL LECHO PARA VER A JESÚS


Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Mateo 9:2.



Después de que el leproso fuera sanado y declarado limpio por el sacerdote, supuso que había guardado el secreto por suficiente tiempo y comenzó a contar a todos sobre el milagro.
Jesús había querido alcanzar a los sacerdotes y los gobernantes, y había planificado usar la curación del leproso como un medio para derribar el prejuicio. En lugar de ello, esto los volvió más resentidos.

Habían acusado a Jesús de ser un infractor de la ley, pero cuando envió al ex leproso directamente hacia ellos con instrucciones para que presentara una ofrenda de acuerdo con la ley, ¿qué podían decir? No podían negar el milagro que había ocurrido, y su propia acción de decir públicamente que el leproso estaba sano puso un sello de aprobación al trabajo de Cristo.

Esto los hizo enojar terriblemente; sentían que debían detenerlo. Para tomar a Jesús por sorpresa, los líderes de Jerusalén enviaron espías con la intención de encontrar alguna excusa para ejecutar a Jesús. No pasó mucho tiempo antes de que pensaran que tenían la ocasión perfecta.

Jesús estaba enseñando en la casa de Pedro. Los discípulos estaban agolpados cerca de él, y justo en la primera hilera estaban estos espías. Detrás de ellos, la gente estaba tan agolpada hasta la puerta de entrada que solo había lugar para estar de pie.

Afuera, un paralítico de rostro triste, que estaba acostado en una camilla, quería tanto ver al Salvador. Había hablado con sus amigos para que lo llevaran a la reunión, pero no importaba cuán fuerte empujaran, no había camino posible a través de esa puerta repleta.

“Llévenme al techo”, instó.

Cuidadosamente, sus amigos lo llevaron y subieron por las escaleras de afuera y, rompiendo el techo, lo bajaron por el agujero. Jesús no permitió que esta interrupción lo pusiera nervioso, sino que se lo tomó con plena calma y hasta la usó como arte de su enseñanza.

Cuando Jesús dijo al enfermo que sus pecados eran perdonados, una paz maravillosa vino sobre él. Los espías sentían que ahora podían condenar a muerte a Jesús, por el cargo de blasfemia.

“Solo Dios puede perdonar pecados”, dijeron. Pero Jesús quería dejar que estos hombres supieran que tenía poder para perdonar. Dijo al hombre enfermo que tomara su cama y caminara.

De pronto hubo lugar para que el hombre se moviera. La gente retrocedió de la puerta, en asombro absoluto, mientras se iba; a la vez que los espías se sentaron allí con sus bocas abiertas.

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