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sábado, 3 de septiembre de 2016

Matutina de Menores: Septiembre 3, 2016

FIESTA DE CUMPLEAÑOS Y UN REGALO INESPERADO


El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio. Proverbios 20:1.



Herodías no estaba conforme con tener a Juan encerrado: quería ejecutarlo. Sabía que Herodes nunca consentiría en hacerlo, así que comenzó a maquinar cómo podría deshacerse del profeta fastidioso.
Decidió que esperaría hasta la gran fiesta de cumpleaños de Herodes.

El gran día llegó, y el salón del banquete estaba radiante con luces de antorchas, velas y todo tipo de decoraciones sofisticadas. Todas las personas más importantes del reino estaban allí, para celebrar. La comida era abundante y el vino corría libremente.

Cuando el rey y sus oficiales de Estado estaban en plena borrachera y sus cabezas aturdidas por el alcohol, Herodías puso en funcionamiento su plan. ¡Mandó a su hermosa hija, Salomé, a bailar! Por lo general, no se veían mujeres en tales ocasiones, pero Salomé era tan despampanante que al rey y a sus nobles se les salían los ojos.

El rey estaba “alegre” por el vino. Todo lo que vio fue a la hermosa muchacha bailando, las luces parpadeantes, el vino centelleante y los invitados sonrientes. Perdiendo todo sentido de dominio propio, fue imprudente:

“Salomé, te daré cualquier cosa que quieras, hasta la mitad de mi reino”.

Salomé salió rápidamente al encuentro de su madre. ¿Qué debería pedir? Herodías tenía su respuesta lista. Lo que susurró a los oídos de Salomé hizo que su hija retrocediera, conmocionada. Salomé no tenía idea del odio que había en el corazón de su madre. Se paró allí, estupefacta: Pero Herodías gesticulaba con su cabeza y la empujaba a regresar al salón. Salomé regresó y se paró frente al rey.

“¡Dame la cabeza de Juan el Bautista en una fuente!”

De pronto hubo silencio. Aun en su estado de ebriedad, todos fueron conmocionados. Muchos de ellos habían ido a ver y a oír a Juan.

Si alguien hubiera dicho solo una pequeña palabra en favor del profeta, el rey podría haberse negado a llevar a cabo el horrendo acto. Pero ninguno habló; y por su silencio, pronunciaron la sentencia de muerte de Juan.

Finalmente, Herodes dio la orden al verdugo. Y así pereció el hombre de quien Jesús mismo dijo: “No hay mayor profeta que Juan el Bautista” (Juan 7:28).

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