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viernes, 23 de septiembre de 2016

Matutina de Menores: Septiembre 23, 2016

EL NIÑO QUE COMPARTIÓ SU ALMUERZO


Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos? Juan 6:9.



Cuando la gente vio hacia donde se estaba dirigiendo Jesús, algunos lo siguieron en sus propios botes, mientras otros caminaron los 6 km desde Betsaida. Una multitud ya estaba esperándolo en la
costa del norte, y había tanta gente que él y sus discípulos no lograron caminar hacia la orilla sin que los notaran. Subieron la colina para estar solos por un rato.

Pero, la multitud siguió llegando, y los ojos de Jesús no dejaban de mirar a la creciente multitud.

La búsqueda ansiosa de la gente tocó su corazón. Eran como ovejas sin pastor. Finalmente, no pudo mantenerse alejado por más tiempo de aquellos buscadores sinceros. Encontró un lugar donde todos pudieran verlo fácilmente, y comenzó a enseñarles.

El día transcurrió, hasta que finalmente el sol estaba bajo en el horizonte. Los discípulos vinieron a él con una sugerencia: “Sería mejor que enviaras de regreso a la gente, para que puedan conseguir comida”. Jesús se dirigió a Felipe, que era lento en ejercitar su fe.

“¿Dónde podríamos comprar comida para alimentar a toda esta gente?”, pregunto.

Felipe vivía en Betsaida y sabía dónde estaba el mercado, pero cuando miró sobre aquel mar de rostros, sacudió su cabeza. ¡Costaría más del salario de doscientos días alimentar a tal muchedumbre!

“¿Cuántos panes tenemos?”, preguntó Jesús. “Vayan y vean”.

Andrés salió como disparado para hacer una rápida revisión entre la multitud. Regresó con un informe muy desalentador: solo había un muchacho con un almuerzo de cinco panes de cebada, redondos y chatos, y dos pescados. ¡No era demasiado para una comida a la canasta!

Había abundante pasto en aquella área, y Jesús hizo sentar a la gente, para la comida al aire libre más grande que cualquiera haya visto alguna vez. Tomó esos pequeños panes de cebada en sus manos y, como lo solía hacer, levantó sus ojos al cielo y pidió a su Padre que bendijera la comida. Luego partió el pan y se lo dio a sus discípulos, quienes comenzaron a servir a la gente usando pequeñas canastas de mimbre. Los panes y los peces iban de Jesús a los discípulos y a la gente, hasta que más de cinco mil hombres -más todas las mujeres y los niños- fueron saciados.

Cuando el niño volvió a su casa aquella noche, indudablemente corrió con entusiasmo hacia su madre y le dijo: “¡Adivina qué pasó con mi almuerzo de hoy!”

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