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viernes, 2 de septiembre de 2016

Matutina de Menores: Septiembre 2, 2016

NO HAY PROFETA MÁS GRANDE


Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él. Lucas 7:28.



Juan el Bautista fue encerrado en la fortaleza de Heredes simplemente porque había sido lo suficientemente audaz como para decir al rey que no le era lícito casarse con la esposa de su
hermano.

Heredes mismo nunca lo había encarcelado porque creía que Juan era un profeta verdadero; pero su nueva esposa odiaba a Juan por su hablar claro y directo. Herodías instó a su esposo a que arrestara al profeta y lo mantuviera fuera de circulación.

Heredes permitió a los discípulos de Juan que lo visitaran en la prisión. Cuando lo visitaron, le hacían preguntas deprimentes, que lo dejaban desanimado y dudoso. Si Jesús era realmente el Mesías,

¿por qué no hacía algo para sacar a Juan de la prisión? ¿Por qué Jesús no hacía nada para vencer a los romanos? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Juan no decía nada. Nunca dejó que sus discípulos supieran que el desánimo y la duda lo frecuentaban. Pero no iba a abandonar su fe en Jesús. Recordaba la voz que había oído en el bautismo de Jesús y la señal del Espíritu Santo. Envió a dos de sus discípulos de mayor confianza a Jesús, esperando que su fe fuera fortalecida y que, quizás, el Salvador les diera una palabra de aliento personal.

Cuando los discípulos de Juan vinieron a Jesús, le preguntaron: “¿Eres tú el que habría de venir, o deberíamos buscar a otro?”

Jesús no les respondió. Mientras estaban allí, de pie, preguntándose por su extraño silencio, los enfermos acudieron para ser sanados. Todo el día los discípulos de Juan esperaron por su respuesta, y todo el día Jesús estuvo sanando y enseñando. Finalmente, al final del día, Jesús se volvió a los discípulos de Juan y les dijo que fueran y contaran a Juan lo que habían visto y oído. Esa fue su respuesta.

Cuando Juan escuchó el informe, entendió. La misión de Jesús no era llegar como un rey vencedor, sino mostrar el verdadero carácter de Dios. Ahora, a Juan ya no le importaba si vivía o moría: sabía que había cumplido su misión.

Cuando los discípulos de Juan se fueron, Jesús dijo a los que estaban por allí que no había un profeta más grande que Juan, quien había vivido una vida de humildad y servicio. Estos, dijo Cristo, son los principios básicos del Reino de Dios.

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