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viernes, 16 de septiembre de 2016

Matutina de la Mujer: Septiembre 16, 2016

“PENSAR ANTES DE HABLAR.”


“El que mucho habla mucho yerra; callar a tiempo es de sabios” (Prov. 10:19).



El TRATANTE DE PINTURA Y GALERISTA Ambrosio Vollard (1868-1939) acababa de organizar una exposición de cuadros del prestigioso pintor francés Édouard Manet. A la galería acudió un
crítico de arte de un periódico para entrevistarlo. “Señor Vollard, el director del periódico para el que trabajo me ha dicho que si Manet le regala uno de sus cuadros, él publicará un extenso reportaje sobre toda su obra en nuestro periódico, que como usted sabe tiene muchos lectores”.

El galerista no dijo nada. “A lo mejor a usted le molesta que le pidan esto, pero si me dice dónde vive el pintor, yo mismo puedo visitarlo para hacerle la propuesta”, insistió el periodista. “Pues vaya usted al cementerio de Passy”, respondió finalmente Vollard. “¿Por qué, está muerto?”, preguntó el joven con mucha sorpresa. “Sí, desde hace más de diez años”, confirmó Vollard. El crítico añadió entonces: “No lo sabía, es que hace solo tres años que soy crítico de arte”.*

Hablar sin saber, qué cosa tan fuera de lugar… Cuando hablemos, hemos de intentar al menos hacerlo con conocimiento de causa o, si no, simplemente permanezcamos en silencio, escuchando, aprendiendo, ocultando al menos nuestra ignorancia. No es que sea pecado ser inculta.

No todas las mujeres tenemos las mismas oportunidades en la vida de formamos, de leer, viajar o crecer intelectualmente,y eso es muy respetable. Sin embargo, sí está al alcance de todas ser prudentes, es decir, no hablar de lo que no sabemos, no pronunciamos cuando no tenemos información, o no criticar cuando desconocemos la razón de por qué los demás proceden como lo hacen. Una cosa es ser ignorante y otra bien distinta publicarlo a los cuatro vientos. Eso es imprudencia.

La prudencia es una de las grandes virtudes cristianas. Obviamente no solo tiene que ver con lo que decimos o dejamos de decir, pero la mujer prudente está claro que no habla a la ligera, sino con propiedad, con serenidad, con una actitud correcta hacia su interlocutor, sin deseos de prevalecer, sin ofender, sin chismear, sino para decir la verdad y alentar a los demás, siempre con cariño y respeto.

A mí me falta esta virtud en tantas ocasiones… Pero me anima saber que puedo pedirle al Señor que me ayude a ser cada vez más prudente a la hora de expresarme.
* Rubén Gil, Diccionario de anécdotas, dichos, ilustraciones, locuciones y refranes (Barcelona: Clie, 2006), p. 86.

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