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miércoles, 31 de agosto de 2016

Matutina de Menores: Agosto 31, 2016

SALTANDO EN SÁBADO


Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Juan 5:8



Mucha gente en Jerusalén creía que cuando las aguas formaban ondas en el estanque de Betesda, un ángel les había dado una sacudida. Cualquiera que entrara en la pileta en primer lugar sería sanado de
cualquier enfermedad.

Así que, año tras año, los enfermos se quedaban cerca de allí, esperando ser los primeros en entrar en el agua. ¡Puedes imaginarte la estampida que se producía cuando la superficie del agua se movía! Los más fuertes tiraban al suelo a los más débiles. La gente se lastimaba, e incluso, algunos de quienes tenían éxito en alcanzar el estanque, morían.

Por supuesto. Dios no estaba en realidad detrás del movimiento de estas aguas, pero eso no detenía a los enfermos de creer en esta leyenda.

Jesús había regresado a Jerusalén. Un sábado, mientras caminaba por allí, se acercó hasta el estanque de Betesda. Cuando vio a toda esa gente enferma acostada alrededor del estanque, esperando a que las aguas se movieran, quiso desesperadamente sanar a todos. Pero sabía que si hacía eso, su trabajo sería interrumpido inmediatamente. Había tantas restricciones humanas sobre el sábado que este día se había convertido en una carga, en lugar de una delicia, como había sido la intención de Dios. Sanar a un gran número de personas estaba fuera de cuestión.

Pero Jesús vio un caso tan espantoso que ¡tenía que hacer algo! Un pobre hombre había estado paralítico por 38 años, y sus piernas estaban todas resecas. En soledad y sin amigos, yacía allí día tras día. De vez en cuando, levantaba su cabeza para ver si el agua se estaba moviendo, pero incluso si ocurría, no tenía a nadie que lo ayudara a entrar en el estanque.

Jesús no solamente quería sanar al hombre, también deseaba mostrarnos que es capaz de sanar la enfermedad espiritual. Podemos derrotar cualquier pecado por medio de la fe en él.

“¿Te gustaría ser restaurado?”, Jesús preguntó suavemente.

El pobre paralítico alzó la vista, y vio el amable rostro de Jesús sobre él. Aunque no sabía quién era Jesús, sintió que la ayuda había llegado. Pero, cuando pensó en todas las veces que había intentado alcanzar el estanque, le pareció imposible. “Señor, no tengo quien me lleve al estanque”.

Entonces Jesús le dio la orden de levantarse, alzar su lecho y caminar. El hombre no discutió el hecho de que ya no tenía músculos, sino que obedeció las palabras de Cristo por fe. ¡Y el milagro ocurrió! ¡Saltó sobre sus pies y caminó!

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