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martes, 23 de agosto de 2016

Matutina de Menores: Agosto 23, 2016

LA BELLEZA REAL DE JESÚS


Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Isaías 53:2.



Cuando Jesús regresó del desierto, volvió al río Jordán donde Juan estaba todavía predicando y bautizando. Su rostro estaba pálido y delgado, por su prueba en el desierto y, excepto por Juan, nadie
lo reconoció.

Durante las largas semanas que Cristo estuvo afuera, Juan había estudiado diligentemente las profecías sobre el Mesías. Cuando vio a Jesús caminando de nuevo hacia el Jordán, esperaba que mostrara alguna señal o dijera algo acerca de que era verdaderamente el Mesías. Pero, Jesús simplemente se mezcló con los discípulos de Juan que estaban a la orilla del río, mirando y escuchando a su primo.

Al día siguiente, cuando Juan vio a Jesús caminando hacia él, señaló hacia Cristo y dijo: “¡Miren! ¡He aquí el Cordero de Dios! ¡Este es aquel de quien les he hablado!” La gente estiró el cuello y obtuvo una vista del Mesías. Esperaban ver a alguien vestido con la ropa señorial de una persona de clase alta. En lugar de ello, Jesús solo usaba las ropas humildes de la clase más pobre. Se integró a la multitud.

Estaban enormemente desilusionados. Sin embargo, cuanto más lo miraban, tanto más veían en este humilde extraño la expresión más profunda de amor que alguna vez hubiesen visto en el rostro de alguien.

Al día siguiente, Andrés y Juan, que eran dos discípulos de Juan el Bautista, vieron que se iluminaba el rostro del profeta, y bajo la inspiración del Espíritu Santo gritó otra vez: “¡Miren al Cordero de Dios!”

¿Qué significaba esto? Andrés y Juan sintieron un gran impulso de alcanzar a Jesús y descubrir quién era. ¿Era realmente el Mesías? Jesús sabía que lo estaban siguiendo, y esto lo hizo sentir feliz. Estos dos hombres se convertirían en sus primeros discípulos.

Andrés y Juan se apresuraron a alcanzarlo. “¿Dónde te alojas?”, preguntaron. “Vengan y vean”.

Pasaron todo aquel día con Jesús y escucharon sus palabras.  No los atrajo la manera en que se veía, sino que la belleza de sus palabras de amor y verdad los convenció de que era aquel enviado de Dios.

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